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ENFOQUE-El sarampión y la desconfianza en Ucrania debilitan las defensas del mundo

Por Kate Kelland y Pavel Polityuk

LONDRES / KIEV, 4 nov (Reuters) – Muchas de las personas que acuden a la clínica médica privada de Anna Kukharuk no tienen una enfermedad. Lo que los atormenta es la duda. Pero los efectos de esta duda son una emergencia de salud que el médico y cientos de personas están luchando por remediar.

La profunda desconfianza respecto a las vacunas en Ucrania ha permitido que el sarampión, un virus que, según datos de las Naciones Unidas, causa la muerte de 367 niños por día en todo el mundo, se convierta en una epidemia que infecta a más de 58.000 personas en este país de 42 millones solo este año.

Esta situación ha propagado una de las enfermedades más contagiosas del mundo en Europa, ya que ha habido brotes recientes en Polonia, Rumania y Alemania, y posiblemente en otras regiones, como Israel y Nueva York. Las autoridades internacionales de salud están investigando si los peregrinos a la tumba de un rabino en la ciudad ucraniana de Uman pueden haber llevado el sarampión, a través de Israel, a Estados Unidos.

Los escépticos en muchas comunidades llevan tiempo rechazando la inmunización. En Ucrania, cada vez más padres cuestionan o retrasan las vacunas de sus hijos. Sus dudas tienen sus raíces en un sistema de salud precario, así como en la corrupción y la desconfianza respecto de las autoridades.

Las dudas, magnificadas por los rumores en las redes sociales, han transformado al país en un punto negro en los esfuerzos para reforzar la inmunidad global contra las enfermedades infecciosas, dicen especialistas en salud pública.

El año pasado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó la “indecisión sobre las vacunas” como una de las 10 principales amenazas para la salud mundial.

Desde 2017, el sarampión ha infectado a 115.000 personas en Ucrania y ha matado a 41, entre ellas 25 niños, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Los supervivientes pueden sufrir complicaciones o discapacidades duraderas, como ceguera, sordera o daño cerebral.

Aún así, Khukharuk dice que los padres que visitan clínicas como la suya no están seguros sobre la necesidad de vacunar: “La mayoría tienen dudas. Dudan y pueden decantarse por una opción o por la contraria”.

Es una pelea en muchos frentes. La investigación muestra que las vacunas salvan vidas, pero solo la mitad de la población de Ucrania cree que funcionan, según un informe publicado en junio por la consultora británica Wellcome Trust, basado en una encuesta entre 140.000 personas de 140 países.

A nivel mundial, el 84% de los encuestados dijo que creía que las vacunas son efectivas, incluido más del 80% en Estados Unidos y el Reino Unido.

Kukharuk y otros médicos dicen que incluso sus colegas médicos argumentan que las vacunas debilitan la inmunidad. No hay pruebas de tales creencias; décadas de procedimientos científicos muestran lo contrario.

En internet, las preocupaciones sobre los ingredientes de baja calidad e historias de niños que fueron vacunados a la fuerza alimentan la teoría de que las vacunas son una estrategia de las multinacionales farmacéuticas y los Gobiernos para ganar dinero y controlar a la población. Curiosamente, la mayoría de las vacunas son productos de bajo margen para los fabricantes de medicamentos.

La no vacunación debilita las defensas de las personas contra enfermedades más mortales, como la polio, que causa parálisis y fue erradicada en Europa en 2002. Dos niños en Ucrania se vieron afectados por la polio en 2015, lo que supuso el primer brote en Europa desde 2010, según la OMS. Una campaña de vacunación de emergencia contuvo ese brote.

“La preocupación no es solo por los niños y la población de Ucrania, sino que es un problema mundial”, dijo Lotta Sylwander, directora de UNICEF en Ucrania. “La comunicación y la forma en que viajamos significa que es algo que afecta a personas y niños en todo el mundo”.

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(Información de Kate Kelland y Pavel Polityuk; Información adicional de Sergei Karazy en Kiev; Editado por Sara Ledwith; traducido por Tomás Cobos)

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