Por Julián Crenier
[Nació en la Ciudad de México el 28 de enero de 1930. Su catálogo bibliográfico, que comenzara a escribirlo hacia finales de los años cincuenta, consiste en un número mayor a la centena, entre ensayo y ficción. Y Margo Glantz no deja de escribir…]
México, 28 de enero (Notimex).— El día de hoy la escritora mexicana Margo Glantz cumple 90 años de vida. Por tal motivo, la narradora, ensayista, crítica literaria, maestra y académica concede una entrevista a Notimex para hablar acerca de su carrera, sus años de formación, sus preocupaciones literarias, su inquietud frente a la situación mundial, y de su vida en general.
—Me gustaría comenzar desde el principio. ¿Cómo fue su infancia?
—Ay, es muy difícil que le diga cómo fue una infancia que duró muchos años. Pero bueno, fue una infancia accidentada porque mis padres se mudaban mucho de casa y durante mucho tiempo fuimos de departamento en departamento, de colonia en colonia. Como cambiaba tanto de escuela, unas dos o tres veces al año, no tenía mucha relación con mis compañeros. Eso fue complicado hasta que por fin nos establecimos, más o menos durante un periodo más largo, en el pueblo de Tacuba, donde mis padres tuvieron una zapatería. Fue una infancia bastante precaria y con dificultades económicas.
Pantalones en la Facultad
—¿Cómo fue su primer acercamiento con la literatura? ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?
—Mi padre tenía una biblioteca en varios idiomas y se preocupaba porque mis hermanas y yo leyéramos desde muy jovencitas. Recuerdo que cuando tenía como nueve o diez años nos compró un libro de mitología griega. Él tenía ediciones de la colección Aguilar, esos libros con tapas de cuero y papel Biblia. Tenía Shakespeare, Calderón de la Barca, un libro de poesía que empezaba con los griegos y que terminaba en el siglo XIX con Leopardi. También estaba suscrito al diario La Nación y había una revista de tira cómica, de caricaturas, que se llamaba Billiken, en la cual leímos cosas de la historia de la Argentina. Aparte de eso, también compraba la revista Sur, fundada por Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges. De alguna forma, no sé cómo, tenía libros como La metamorfosis traducida por el mismo Borges. Compraba periódicos que tenían encartados folletines, y así fue como leí Los tres mosqueteros y Veinte años después. Leí a Verne, Salgari, Eugenio Sué y Dumas, como ya mencioné. Luego, poco a poco, me fui interesando en la literatura norteamericana: William Faulkner y John Dos Passos. Luego estuve varios años en una organización sionista donde descubrí a Thomas Mann, Herman Hesse y Wassermann, que no sé cómo fue que murió, no sé si fue exterminado por los nazis [Jakob Wassermann murió a causa de un infarto en Altausse, Austria, el 1 de enero de 1934, a los 60 años de edad].
Margo Glantz forma parte de una generación que vivió una oleada intensa de migración por parte de los españoles que huyeron de la guerra civil, y también de otras nacionalidades. Su llegada marcó, sin duda, un enriquecimiento en la cultura mexicana. Como alumna de la UNAM, ella recuerda cómo fue su acercamiento con ellos y de qué manera influyeron en su formación:
—Mi contacto con los inmigrantes fue en la Facultad de Filosofía y Letras, donde estaban personajes como Luis Rius, Arturo Souto, Tomás Segovia, Horacio López, el escritor puertorriqueño José Luis González. La Facultad era una escuela extraordinaria, teníamos maestros fantásticos… cosa que ya no pasa ahora. Tuve un gran maestro de arte colonial mexicano que se llamaba Francisco de la Maza, otro de historia del arte europeo llamado don Juan de la Encina. Fui alumna de Usigli, de Alfonso Reyes, del doctor Gaos, del doctor Nicol, de Justino Fernández. En fin, tuve mucha suerte. Fue una época muy creativa e importante para mí.
—¿Ya había comenzado a escribir en aquel entonces?
—No. Al principio hacía trabajos de docencia en la prepa y en la Facultad. Primero me fui a París con mi primer marido, de 1953 a 1958. Ahí entré a la Sorbona a estudiar mi doctorado y escribí una tesis que publiqué muchos años más tarde. Regresando a México conseguí trabajo dando clases en la Preparatoria 4 [la que hoy en día es el Museo de San Carlos] y luego me fui a Cuba por un tiempo, donde me tocó la invasión de Bahía de Cochinos. Estuve un tiempo varada ahí, pero cuando por fin pude regresar me reinstalaron en una escuela en Coapa y en la Preparatoria 1 [en el Antiguo Colegio de San Ildefonso]. Esto fue de 1958 hasta 1966. Al mismo tiempo estaba dando clases en la Facultad sobre historia del teatro: teatro clásico griego, latino, y teatro del Siglo de Oro. Al poco tiempo nació mi hija mayor y también empecé a dar clases de literatura comparada. Trabajé a escritores como Proust, Flaubert y Madame de La Fayette. Luego di clases de literatura latinoamericana: Borges, Cortazar y todos los del boom. Pero ya mi primer libro de ficción lo publiqué a los 47 años.
—La docencia ha sido muy importante para usted, por lo que veo.
—Por supuesto que sí…
—¿Y cómo ha sido balancear la escritura creativa con la academia?
—En realidad siempre he trabajado en ambas cosas. Desde un principio tenía cuentos y pequeñas poesías que eran muy malas. Para 1977 empecé a escribir un libro de ficción de textos fragmentarios muy pequeños, como aforismos, que se llamó Las mil y una calorías, novela dietética [1978]. Ese texto nadie me lo quiso publicar y lo tuve que hacer a cuenta de autor. Por ese libro me hicieron una entrevista en la cual dije que no contaba con editorial. Luego la editorial de la Universidad Veracruzana se ofreció a publicarme mi segundo libro de ensayos.
—En toda su actividad, tanto de difusión como de maestra, de académica y de escritora, ¿qué significó y significa ser mujer viviendo y trabajando en un país como este?
—Era difícil. Alguna vez hice una traducción al español de Georges Bataille, que durante mucho tiempo fue un personaje marginado. Por ejemplo, Historia del ojo [1928] es una novela muy fuerte, erótica, y cuando la traduje al español en la Editorial Premiá, con un prólogo escrito por mí que también es muy fuerte, Huberto Batis me dijo que era una traducción “pierna abierta”. Creo que eso no lo hubiera dicho si yo hubiera sido hombre. Luego, cuando entré a la Facultad, y desde que estaba en la preparatoria, había muy pocas profesoras, aunque poco a poco eso ha ido cambiando. Antes las únicas profesoras éramos Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández y yo. Recuerdo que un día llegué con pantalones a la Facultad y me preguntaron que si me creía George Sand, porque las mujeres debían usar falda y no pantalones. Cuando iba a dar a luz en 1959, el director de entonces, Francisco del Arroyo, me preguntó que si era yo primeriza, y al decirle que sí él me contestó:
“—Usted no puede faltar a clase hasta el momento en que dé a luz.
“Casi casi quería que diera luz en clase. Eso yo creo que es una forma de sexismo”.
“Sin erotismo no existiríamos”
—Volviendo al erotismo, tema por el cual se ha interesado, ¿por qué cree que escandalizaba tanto en aquella época?
—¡Y hoy en día también! Yo publiqué una novela erótica en 1996 que se llama Apariciones y en ese momento no funcionó. Algunas compañeras maestras me decían que era una novela que no podían enseñar en clase, que les era imposible revisarla. El año pasado la volvió a publicar una editorial chilena en una edición ilustrada, de pasta dura, que probablemente no se distribuya. Pero la lectura actual de esa novela, de muchachas jóvenes, fue muy buena, sin los prejuicios que había cuando la publiqué. Además yo acababa de entrar a la Academia Mexicana de la Lengua y les asombraba que un libro de ese tipo hubiera permitido que una mujer entrara. Daba la impresión de que había un tipo de resquemor.
—Pero el erotismo debe de situarse en el mismo nivel que la actividad intelectual, ¿no lo cree?
—Claro, es una de las formas de la realidad. Sin erotismo no existiríamos…
—Los griegos y los romanos así la situaban…
—Bueno, eso es complicado. Le recomiendo que lea un libro muy importante que se llama El sexo y el espanto [1994] de Pascal Quignard, donde habla acerca del significado del sexo para los romanos. Uno de los libros más extraordinarios que he leído en mi vida y que trabajo constantemente. Ahí maneja que tampoco era tan fácil. Había una relación muy importante con el sexo porque tenía mucho que ver con la fecundidad y las razones de la ciudad, pero estaba bastante codificado. Tenía muchos límites y muchas reglas estrictas. Creo que los griegos eran un poco más liberales, aunque en relación con los hombres, porque los esclavos y las mujeres no eran ciudadanos. Había una gran discriminación. Hay una gran estudiosa de la tradición griega llamada Nicole Loraux que trabaja muy cuidadosamente la relación de las mujeres con la sociedad. Tiene un libro fantástico llamado Maneras trágicas de matar a una mujer [1989] donde analiza las formas canónicas que tenían de morir, tanto hombres como mujeres. No podían morir de la misma manera. Los hombres lo hacían derramando la sangre de manera heróica, mientras que las mujeres que tienen la menstruación, no podían derramar sangre, debían morir colgadas, ahorcadas. Sólo hay una mujer que muere por la espada, que es Deyanira, la mujer de Hércules. Hay cosas muy interesantes en ese sentido.
—Es tremendo. Incluso es muy impactante ver que en el siglo XXI la mujer sigue sin tener completa libertad sobre su cuerpo. Como ejemplo tenemos el tema del aborto.
—Es algo por lo que hemos estado peleando todo este tiempo.
—¿Por qué cree que no se han logrado conseguir por completo esas libertades? ¿Qué representaría para el sistema que la mujer tuviera completa libertad sobre su cuerpo?
—A mí me parece de una hipocresía impresionante. Estamos viendo esta avalancha de migración, este problema con Trump, que todo el tiempo se queja de los migrantes, cuando ellos fueron los que lo propiciaron. Luego están criticando que haya mucha gente y sin embargo prohiben el aborto. La libertad de la mujer es algo complicado que asusta al sistema, y una de las formas más efectivas de controlarla es a través del cuerpo. No permitir que la mujer decida si tiene relaciones sexuales o no, si tiene hijos o no, es algo que no sucede igual con los hombres. Claro, la homosexualidad también ha sido muy complicada y muy perseguida, pero los hombres en general han tenido más apertura.
—En el caso de la escritura, ¿cómo se diferencia el erotismo con rigor artístico de la mera pornografía?
—Es muy difícil, no se lo voy a decir en dos palabras. Tendríamos que hacer una conferencia al respecto.
—Me parece bien, pasemos a otra cosa.
“Y por mirarlo todo, nada veía”
Margo Glantz dedicó una parte importante de su vida académica al estudio de Sor Juana Inés de la Cruz y ha sido, sin duda, una de las investigadoras más relevantes de los últimos tiempos al respecto:
—Un día la editorial venezolana Ayacucho, fundada por Ángel Rama [y José Ramón Medina], me pidió que hiciera una antología sobre Sor Juana y que escribiera el prólogo. Como yo la había estudiado de alguna manera superficialmente, me tardé varios años. Eso fue en 1988 y la publicación del libro estaba pensada para 1992 porque había un aniversario muy importante de Sor Juana. A partir de ahí escribí muchos, muchos libros sobre ella.
—¿Es el “Primero sueño” el mejor poema que se ha escrito en lengua española?
—Bueno, hay muchos poemas importantes, pero el “Primero sueño” es uno de los mejores que se ha escrito no sólo en español, sino en cualquier idioma, ¿no? Como el español dejó de ser un idioma imperial, pues no pudo ser tan conocida como Shakespeare en aquel entonces, pero los grandes dramaturgos españoles del Siglo de Oro son tan extraordinarios como él.
—¿Qué representa la figura de Sor Juana al día de hoy?
—Representa demasiadas cosas. Es como una especie de pantalla de transferencia para los psicoanalistas, porque todas las cosas por las que se interesa la gente en trabajar a partir de Sor Juana, las refleja en esa pantalla. Las feministas por feminista, los religiosos porque quieren que sea una santa, los estudiosos del arte colonial porque encuentran relación con el Neptúno alegórico. Sor Juana se presta para muchas cosas y para muchas ideologías.
—Incluso usted encontró una relación directa de Sor Juana con el tema de las redes sociales, pues su libro Y por mirarlo todo, nada veía, de 2018, lo nombró a partir de un verso de ella. ¿Me podría platicar sobre cómo fue el desdoblamiento de este libro?
—Es un libro de puros textos breves, unos sacados de las redes sociales, otros míos. Se trató de hacer un inventario de textos sobre lo que se distribuye en estas plataformas, de la incapacidad de darse cuenta de lo que está pasando, la falta de jerarquización de las cosas, la falta de ironía, la literalidad, el narcisismo flagrante. Me pareció muy importante hacer una especie de trabajo en donde simplemente con reunir material, aunado a material mío que fui trabajando, pudiera dar una idea de una mirada más crítica, más distanciada e incluso irónica de lo que está pasando con las redes sociales. Llega un momento en que la información es tan abundante, tan copiosa, tan indistinta, que cuando lees una noticia, por más espantosa o importante que sea, se junta con otra y no hay diferenciación. Ahí fue cuando me acordé del “Primero sueño” y de una frase muy importante que Sor Juana dice a mitad de su transcurso por las galaxias, cuando de repente se da cuenta que todo lo que está viendo es impresionante pero demasiado grande, confuso e imposible de diferenciar. A partir de eso, ella dice: “Y por mirarlo todo, nada veía, ni discernir podía”. Lo mismo está pasando con las redes sociales. Me pareció muy bueno para el título de un libro que trata un tema que me interesa mucho y para volver a una figura que ha sido fundamental en mi carrera.
—¿Cree que deberíamos ser más conscientes y responsables con las redes sociales?
—Son muy peligrosas y lo sabemos perfectamente. No sólo han sido colonizadas ideológicamente, también han servido para que haya sismos políticos como la elección de Trump, la aparición del Brexit y la llegada de Bolsonaro. Políticamente se han creado cataclismos que generan problemas de primera instancia. Eso, por un lado, y por otro tenemos un problema muy serio de la relación de la gente con la realidad. Se ha comprobado que la fragmentariedad en las redes sociales difumina e impide la lectura concentrada de textos largos. Aunque yo misma trabaje con el fragmento en mi literatura, siempre construyo mis textos como un mosaico que llega a una totalidad. Pero con las redes sociales yo, que soy una persona que ha leído tanto y que sigue leyendo tanto, me cuesta más trabajo terminar un libro de 500 páginas, por ejemplo.
—La inmediatez de Twitter ha hecho que nos alejemos de ese tipo de lecturas.
—Sí, y además hay una cosa muy impresionante con las redes sociales en donde hay una soledad que la gente comparte cibernéticamente. Después de eso, se sienten más solas aún porque no hay un contacto directo con nadie. Además las personas están completamente preocupadas por su narciso y por las cosas más banales de la vida cotidiana. Todo esto se cultiva de una manera sorprendente en las redes sociales.
—¿Considera que su proceso personal de descubrimiento y desentrañamiento de las redes ha sido devastador?
—Sí. Yo empecé con las redes sociales, y lo digo siempre, porque hubo esa explosión en los países árabes gracias al Twitter, pero a la larga fue una explosión completamente negativa porque en lugar de liberarse, los esclavizaron más. En Egipto, en Túnez, en todos esos países que aparentemente se habían levantado.
Campechanear entre el ensayo y la ficción
—¿Se siente satisfecha con su trabajo hasta ahora?
—He estado satisfecha, pero últimamente me siento muy aburrida de la vida.
—¿Por qué lo dice?
—Porque voy a cumplir 90 años…
—Pero eso es increíble, ha construido una carrera impresionante en todos los sentidos.
—Pues sí, pero estoy pasando por una etapa difícil. Pero, bueno, la sobrepasaré. Voy a escribir más libros y voy a viajar más, eso me ayudará mucho.
—¿Podemos esperar algo de usted en un futuro cercano?
—Sí, prefiero no hablar mucho de lo que viene, pero hice un libro el año pasado que se publicó en Argentina que se llama El texto encuentra un cuerpo. Me dijeron que iba a llegar a México, pero por el momento no se está distribuyendo. También hubo la reedición de El rastro [2002] que tuvo mucho más éxito ahora porque se leyó mejor. Quiere decir que lo que escribo es hacia futuro. Hay cosas que yo estaba haciendo hace años que hoy en día ya se toman en serio.
Llegando a las nueve decadas de vida, Margo Glantz cuenta con una trayectoria que se expande por distintos rincones de la literatura, pero la razón fundamental de su quehacer siempre recae en una cosa: el amor por la lectura. Bien se ha dicho que no existe tal cosa como un escritor que no tiene una pasión por ella. Glantz es, quizá, la viva imagen de esa premisa:
—La vida es corta, y si uno quiere vivir miles de cosas que no puede en su vida cotidiana, la lectura le permite a uno experimentarlas intensamente. Al principio es bueno leer novelas de aventuras, Verne o Salgari. Ya luego uno puede trabajar cosas más filosóficas y ensayísticas. Yo siempre campechaneo entre el ensayo y la ficción, y las dos cosas las manejo en mi literatura. Creo que lo más importante es tener la capacidad de leer con mucho cuidado. Para mí siempre ha sido fundamental enseñar a leer, es algo que siempre me ha interesado en mi carrera como docente. Y una de las cosas más impresionantes es que, a pesar de tener una mirada trabajada y experimentada por las muchas décadas que llevo leyendo, los alumnos siempre la tienen nueva y fresca, y de esa manera renuevan la mía. La relación alumno-maestra me parece fundamental, porque el alumno tiene esa mirada con novedad, inexperiencia, curiosidad, ingenuidad, pero es una que siempre puede asombrarse.
NTX/JC/VRP