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LITORAL: Kenzaburo Oé

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KENZABURO OÉ, LITERATURA SIN FRONTERAS El escritor japonés Kenzaburo Oé llega a los 85 años de vida (Ose, 31 de enero de 1935) con una literatura plenamente universal, que lo mismo abreva de la tradición literaria de su país que de la occidental, como antes lo hicieron otras glorias de las letras de su país, […]


KENZABURO OÉ, LITERATURA SIN FRONTERAS

El escritor japonés Kenzaburo Oé llega a los 85 años de vida (Ose, 31 de enero de 1935) con una literatura plenamente universal, que lo mismo abreva de la tradición literaria de su país que de la occidental, como antes lo hicieron otras glorias de las letras de su país, entre ellos Yukio Mishima. Lo primero lo reconoció él mismo al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1994: “más que con (Yasunari) Kawabata, mi compatriota que estaba aquí hace 26 años, siento una afinidad más espiritual con el poeta irlandés William Butler Yeats, quien recibió el Premio Nobel de Literatura hace 70 años, cuando tenía casi la misma edad que yo”.

Y el reconocimiento de su deuda con la literatura de Occidente, y no sólo con la del Japón tradicional –algo que Kawabata, primer escritor japonés en recibir el Nobel, en 1968, sí hizo en su oportunidad- lo hace a lo largo de su discurso de aceptación. Un ejemplo es cuando confiesa que las primeras lecturas que le fascinaron fueron Las aventuras de Huckleberry Finn, del estadounidense Mark Twain, y El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de la sueca Selma Lagerlöf. También dice que bajo el embrujo del segundo libro vivió “una revelación de que este mundo y este modo de vida eran verdaderamente liberadores”.

El autor de títulos como La presa (1957), El grito silencioso (1960) y Una cuestión personal (1964) menciona más adelante en su discurso para recibir el Premio Nobel de Literatura el caso de su hijo Hikari (Luz en japonés), nacido con una deficiencia mental, pero quien “ahora trabaja en un centro de formación profesional para discapacitados, una institución basada en ideas que aprendimos de Suecia”. Es decir, un guiño al país en el que estaba recibiendo el premio literario más importante del mundo, al mismo tiempo que a Occidente.

Sin embargo, lo anterior debe entenderse como la conjunción de ambas tradiciones literarias, no la negación de la oriental, la de su país, famosa por sus imágenes y descripciones bellas y delicadas, con tramas en las que la sencillez es compensada con la profundidad de ideas, enseñanzas de vida, lo que es la filosofía zen. Una vez más, su punto de partida es la universalización de su literatura. A este elemento sustancial de su obra, habrá que agregar el que en gran parte de sus obras aparece él mismo como personaje.

SU VIDA

Kenzaburo Oé nació en una pequeña aldea rodeada de bosques que vivía todavía dentro de los cánones del Japón tradicional. Incluso, en su familia había integrantes femeninos dedicados a la antigua costumbre de narrar las historias del lugar, esa forma de literatura que está en el origen de la civilización humana, y que el futuro escritor escuchó embelesado. Tenía seis años cuando Japón entró a la Segunda Guerra Mundial (1941), y con ella perdió a su padre, por lo que su madre fue quien se encargó de su educación y de poner en sus manos los primeros dos libros: Las aventuras de Huckleberry Finn y El maravilloso viaje de Nils Holgersson.

Derrotado su país en la gran conflagración, lo que significó restar poderes al emperador y la apertura a la democracia, así como una nueva forma de educación. Todo ello llegó a su aldea, quebrando el mundo tradicional. Oé viajó a los 18 años de edad a Tokio, donde estudió Literatura Francesa en la universidad local, donde lo recibió bajo su tutela el humanista Kazuo Watanabe, especialista en Francois Rabelais y quien sería fundamental en su forma de pensar y en su literatura, se lee en su biografía publicada por el sitio oficial del Premio Nobel.

Por su parte, Rabelais produjo un efecto en Oé que le hizo revalorar la literatura popular de su pueblo natal, la que narraban las mujeres de su familia. Al mismo tiempo, de la mano de su maestro profundizó en sus conocimientos de la literatura de Occidente, lo que ya por sí lo hacían sus estudios en la Universidad de Tokio. Desde entonces empezaba a escribir y en 1957 publicó La presa, que le valió el premio Akutagawa, y al año siguiente la novela Arrancad las semillas, fusilad a los niños, la cual es una referencia a los efectos de la guerra.

En 1963 nace su hijo Hikari y tras el primer golpe anímico, se recupera y enfrenta la vida a su lado y al de su mujer de su mujer, perspectiva bajo la cual publica en 1964 el libro Una cuestión personal, con el que también se fortaleció su lado humanista, el cual permeó su siguiente trabajo, Notas de Hiroshima (1965), que reúne vivencias de quienes lograron sobrevivir el ataque nuclear a la isla en 1945.

Su siguiente volumen, El grito silencioso (1967), es una reflexión sobre la ocupación estadounidense de Japón, en particular de la isla de Okinawa donde fue instalada una base militar extranjera. Enseguida se sucede un número de títulos más personales, en los que aborda su relación con su hijo o evoca a su padre o al pueblo de su infancia, como se puede leer en Enséñanos a superar nuestra locura (1969), Mi alma diluida (1973) y Cartas a los años de nostalgia (1987).

Así, desde su perspectiva humanista, en la que no hay división entre Oriente y Occidente, Kenzaburo Oé despliega una literatura que, si bien echa una mirada al pasado de su país, se centra en el presente y pasa por su propia persona, por sus experiencias. Otras obras suyas son M/T y la historia de las maravillas del bosque (1986), la trilogía A Flaming Green Tree conformada por las novelas Until the Savior is beaten (1993), Oscillation (1994) y On a Great Day (1995). Sus títulos más recientes son La bella Anabel Lee (2007) y ¡Adiós, libros míos! (2012).

NTX/LIT19