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Cultura

Oliver Mtukudzi, el roquero africano

Por José David Cano

[Nació en Zimbabue en septiembre de 1952 y murió en esa misma ciudad, a los 66 años de edad, justo hace un año: el 23 de enero de 2019. Recordando a este excepcional roquero africano, uno de los mayores críticos de la música contemporánea comienza su colaboración mensual en esta sección cultural.]

 

Su tono de voz era único. Su estilo musical también.

      Un año exacto ha pasado desde que se marchó de este mundo, y el silencio de su voz y de su música sólo se ha expandido más.

      Basta escuchar esa voz ronca, basta oír alguna de sus bellas canciones, basta revisar alguna grabación suya que nos dejó como herencia, para sucumbir ante él, para sucumbir ante Oliver Mtukudzi.

      Tenía 66 años de edad cuando falleció, aquel 23 de enero de 2019, y ya para entonces era una leyenda.

      ¿Por qué?

      Veamos. ¿Qué podemos decir de él? ¿Qué podemos decir de Oliver Mtukudzi? ¿Por dónde empezar?

      De entrada, apuntemos lo innegable: que “Tuku”, como amorosamente sus seguidores le llamaban —corrijo: le llamábamos—, tocaba una música poderosa y hermosa, nacida del alma de Zimbabwe, su país natal.

      Podríamos decir, también, que fue uno de los músicos más importantes no sólo del panorama zimbabwense sino del continente africano todo. (No exagero si digo que era un tesoro nacional). De hecho, fue una leyenda de la música global.

 

“Nunca te casarás…”

¿Qué más decir? Sigamos con más datos.

      Podríamos decir, por ejemplo, que Tuku había nacido en 1952. Que se crió en una familia devota cristiana. Que fue el mayor de siete hijos. Que cantó en el coro de la iglesia. Que fue ahí donde comenzó su amor por la música tradicional de su país. Que a principios de la década de 1960 escuchó por vez primera el soul estadounidense de James Brown, de Otis Redding, o de Wilson Pickett. Que compró su primera guitarra siendo un adolescente. O que a pesar de la oposición de su madre —quien le advirtió: “¿No te das cuenta de que nunca te casarás si te conviertes en guitarrista?”— continuó practicando y escribiendo sus propias canciones.

      ¿Qué más agregar? Veamos…

      Podríamos decir, asimismo, que grabó su primera canción, “Stop after orange”, en 1975, cuando Zimbabwe aún se llamaba Rhodesia. Que sus orígenes en la música se remontan, no obstante, a 1977, cuando se unió a la legendaria Wagon Wheels (grupo integrado, entre otros, por el mismísimo Thomas Mapfumo). Que tras haber grabado exitosos álbumes con esta banda, convocó a varios de sus miembros para armar su propio proyecto. Que de ahí surgió The Black Spirits, agrupación que, hasta el día de la muerte de Tuku, lo acompañó en el escenario.

 

Más álbumes que los años que vivió

¿Qué más? ¿Qué más?

      Podríamos añadir que, antes de que se convirtiera en una estrella global en la década de los 1990, ya había grabado en su país natal varias docenas de discos. Que hablamos de casi 45 años en la música. Que, durante todo ese tiempo, Tuku demostró su capacidad como compositor, cantante, guitarrista y productor. Que cantaba en idioma shona, también en la lengua de origen zulú llamada ndebele, así como en inglés. O que a las nuevas formas de hacer música y de innovar que caracterizaron su obra —o sea, la llamada marca de la casa— se le llamó “Tuku Music”.

      Pero, sobre todo, podríamos decir que durante este lapso en la música, Tuku no dejó de grabar. De hecho, Wikipedia dejó su perfil en 59 discos, aunque lo cierto es que grabó oficialmente 67 (es decir, más álbumes que los años que vivió). En efecto: ¡una hazaña increíble!

 

Señas de identidad

Seamos sinceros: quizá Tuku ya no estaba revolucionando la música con sus últimas grabaciones, sin embargo conservaba aún su poder de seducción, su belleza infinita. Cada disco suyo era una invitación a escucharle de nuevo, a renovar la devoción por su obra.

      Es más: aun con los años, Tuku siguió conservando sus señas de identidad: ritmos tradicionales e influencias pan-africanas mezclados con sonidos actuales (como el pop township sudafricano, el afropop, el pop cosmopolita).

      También, sus composiciones siguieron siendo poderosas hasta el final: en sus canciones se filtraban cuestiones políticas, sociales, económicas; asimismo, de la índole más terrenal: como la infancia, el envejecimiento, el respeto, la autoestima, la esperanza.

      Digámoslo de esta forma: Tuku estaba dotado de una voz profunda y audaz, así como de un gran talento para escribir canciones, las cuales reflejaban la vida cotidiana y las luchas de la gente de su tierra natal.

 

Las primeras canciones…

“Las primeras canciones que escribí eran de amor”, dijo en una ocasión, “pero después de dejar la escuela no pude conseguir un trabajo, así que comencé a escribir sobre eso, sobre mis experiencias”.

      En otra ocasión, al ser cuestionado por no confrontar con sus canciones al gobierno y por su conocida ambigüedad política —cantó en actos organizados por el eterno Robert Mugabe, pero, también, actuó en la boda y el funeral del líder de la oposición, Morgan Tsvangirai—, Mtukudzi fue claro: “Mi música no es para el gobierno, mi música es para la gente”.

      Y era cierto: “Todii”, uno de sus mayores éxitos, es una canción que advierte sobre los peligros del VIH en plena década de los noventa. Otro tema popular, “Neria”, de 1993, hablaba de una mujer arrojada a la pobreza por una ley que le impedía heredar los bienes de su esposo. Mientras que el álbum Was My Child (1995) era un drama musical sobre la difícil situación de los niños de la calle de Zimbabwe.

      “En mis canciones no sólo hablo sobre la situación económica y social, también hablo del día a día de los zimbabwenses, de su humor, de la felicidad —le dijo al historiador Pablo Arconada—. Sin duda alguna el principal papel de la música es dar esperanza a la gente. Esa es la finalidad de mis canciones, la ilusión. Cuando no tienes esperanza no hay posibilidad de cambio. ¿Qué vas a esperar del mundo sin esperanza? La música es un instrumento muy útil, siempre que se utilice bien. Todas las manifestaciones, movimientos y cambios sociales del mundo han tenido su banda sonora. El papel de la música es esencial.”

      Tenía razón, mucha razón: la música como bálsamo, como refugio, pero también como luz.

      Un último detalle: en una entrevista con TshisaLIVE, Tuku definió su enfoque de la música en términos íntimos: “Según mi madre, ella creía que nunca se me ocurriría una canción que superara mi llanto de nacimiento. A partir de eso, he estado haciendo música para igualarla precisamente con ese primer grito… Verás, lo que mi llanto de nacimiento significó para mi madre es el tipo de música que he tratado de hacer”.

      Y sí: lo logró.

NTX/JDC/VRP/JC

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