La botella abandonada por Carlos se mece un rato con el viento hasta que finalmente cae. Rueda hasta que un pie descuidado la patea, y con ese impulso, se atora en una alcantarilla. Cae la lluvia y con ella, bolsas de papel y hojas podridas rodean la botella. Dentro del drenaje rueda aplastada con desechos de su misma condición. Finalmente, desemboca mediante una enorme descarga en las olas del mar, se revuelca en la arena, vuelve a estar llena, pero ahora de agua salada y así continúa su largo proceso de desintegración, que para una botella de PET puede ser hasta de 500 años.
Toda esa basura, la botella y los otros residuos, no desaparece mágicamente cuando la dejamos de ver en la calle. Se la traga la coladera y es conducida hacia donde más daño causa en el medio ambiente: el agua.
El mar no sólo se contamina con los desechos que los turistas inconscientes tiran en la playa. La autopista por la cual la mayoría de basura llega a los ríos y mares está constituida por los sistemas de drenaje, un problema de las ciudades que desemboca en el fondo del mar.
Según un informe de Greenpeace, cada año ocho millones de toneladas de residuos llegan a los mares y océanos, una cantidad de basura que podría cubrir 34 a Manhattan.
Islas de basura
Los desechos siguen las corrientes marinas hacia cinco grandes zonas donde se forman los giros subtropicales. Éstas son cada vez más grandes y se les conoce como islas de basura.
Las islas de basura son remolinos enormes que giran muy despacio, y mientras el centro permanece estático, en las orillas se acumulan los residuos y quedan atrapados. Pueden medir varios kilómetros de longitud y varios metros de profundidad.
La Organización de las Naciones Unidas estima que cada 2.5 km del océano contienen un promedio de 46 mil pedazos de plástico flotantes. Y lo más alarmante es que éstos están reemplazando a los peces: hay una tonelada de plástico por cada tres toneladas de peces en el mar.
El principal problema es que miles de botellas se descomponen en el mar y se fragmentan en trocitos de menos de 5 milímetros (microplásticos). Se trata de un coctel tóxico que los peces no distinguen de los nutrientes marinos, son fáciles de ingerir y difíciles de eliminar.
Según explica Andrés Cozar en su investigación Plásticos y desechos en mar abierto, publicada por Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS, por sus siglas en inglés), una vez que estas sustancias son ingeridas y asimiladas, se incorporan al tejido del organismo. De ahí en adelante son transportadas por el resto de la cadena alimenticia.
Greenpeace señala en su informe que cada segundo más de 200 kilogramos de basura van a parar a los océanos.
Según Leila Monroe, del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales (NRDC), para resolver este problema se debe ir a la fuente: la mejor acción que se puede tomar es evitar que los productos se conviertan en desechos, al incrementar las tasas de reciclaje.
En México el reto es grande, pues según datos de Semarnat, 23 por ciento de la basura generada se deposita en zonas no controladas al aire libre, ríos, barrancas, arroyos y, finalmente, termina en el mar.
Del mar a la mesa
Así como la botella de Carlos, que por azares del destino, una vez convertida en microplásticos, fue ingerida por ese maravilloso atún que después de ser pescado, picado, empacado al vacío y congelado por unos cuantos meses, ahora está servido en tu plato. Esa delicia humeante transportará a tu organismo el mismo coctel tóxico que en un futuro podrá desembocar en una enfermedad crónica.
Basura a la deriva
Los desechos que arrojas al mar, en algún momento llegarán a tu mesa
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