El mar vale oro, y no, no es ninguna metáfora. El océano, además de ser hogar de miles de especies, se ha convertido en una bóveda que encierra los tesoros de los naufragios que han sucumbido en él. Desde el Titanic –quizá el más popular–, hasta el Salvador; el gigante azul es la caja fuerte de una fortuna que podría alcanzar los 60 mil millones de dólares.
De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), hay alrededor de un millón de embarcaciones bajo el agua. Y para recuperarlas se enfrentan tres obstáculos: la búsqueda –que suele costar millones de dólares–, el rescate de objetos, que incrementa aún más el valor, y el litigio entre países y particulares que reclaman ser los dueños de los navíos y lo que esconden, según explicó James Delgado, director de Patrimonio Marítimo de la NOAA, a la revista Popular Mechanics.
“El valor de los naufragios en la calle es mínimo. En general, es una propuesta perdedora, con pocas excepciones… Una misión promedio en aguas profundas suele llegar a los millones de dólares, y tan solo para encontrarlo. Por cada dólar que se gasta en la búsqueda, gastará alrededor de 10 excavando y tratando (de revertir) los efectos químicos que han sufrido”, dice Delgado.
Aun con las probabilidades en contra, los tesoros del océano son imanes del interés público. El del Titanic (1912) es, sin duda, el naufragio más conocido globalmente, debido a esto ha sido llevado tanto a la pantalla chica como a la grande en al menos una docena de ocasiones.
Sin embargo, su localización no es desconocida, pues en 1985 se ubicó al suroeste de Canadá. Los cientos de objetos recuperados fueron subastados en 2012 por la cantidad de 200 millones de dólares. Nada mal para un día de pesca.
Por otro lado, en el caso del galeón San José, que se encuentra atrapado –más allá de su hundimiento– en negociaciones políticas y que fue probablemente el Titanic de su época (siglo XVIII) debido a su tamaño, se confió en él un inmenso tesoro de oro y plata, valuado en cinco mil millones de dólares, a fin de ser transportado de Cartagena de Indias (Colombia) a Cuba y después a la Nueva España. No obstante, antes de llegar a su destino tocó el fondo del mar.
Su ubicación fue descubierta en 1982 por la empresa estadounidense Sea Search Armada (SSA) y en 1989 empezó la batalla legal por el botín contra el gobierno colombiano, a la que después se sumó el español. En 2007, Colombia declaró al San José como patrimonio nacional e histórico, lo cual dificultó a la empresa la apropiación. Se espera que este año SSA y Colombia alcancen un acuerdo.
El 31 de octubre de 1631 Nuestra Señora del Juncal también tocó el lecho marino. Este barco, que llevaba un cargamento de un millón 77 mil 840 monedas de plata y reales de la Nueva España a España, se hundió en la sonda de Campeche, México.
Mark Gordon, presidente de Odyssey Marine Exploration, empresa estadounidense dedicada a la explotación de los restos de hundimientos de barcos, aseguró a la BBC que hay “muchísimos barcos hundidos en México. Estuvimos trabajando con el gobierno mexicano para tratar de obtener los permisos; sin embargo, las cosas se toman demasiado tiempo. Los tratos con los gobiernos se toman mucho más de lo que nos tardamos haciendo negocios”.
En respuesta, el Instituto Nacional de Antropología e Historia se negó a su explotación, debido a que “el patrimonio cultural sumergido pertenece a la categoría de los bienes que son objeto de estudio, custodia, conservación y difusión, pero que en sí mismos son inalienables e imprescriptibles y, en consecuencia, no susceptibles de comercialización”, informó mediante un boletín.
Otra embarcación que corrió la misma suerte fue el Merchant Royal o El Dorado de los Mares. Se llevó consigo un tesoro de lingotes de oro valuados en 528 millones de dólares, en 1641, en el Canal de la Mancha (entre Inglaterra y Portugal). Aunque en 2007, la empresa Odyssey Marine Exploration aseguró haber encontrado a El Dorado. Tras algunas investigaciones, resultó que el tesoro hallado pertenecía a otro barco, probablemente la fragata Mercedes, por lo que entró en disputa con el gobierno español, sin que nadie, hasta la fecha, haya localizado al Merchant Royal.
En la misma zona del Canal de la Mancha, el HMS Sussex desapareció en 1694. El buque inglés fue descubierto por Odyssey Marine Exploration en 2002, y tras llegar a un acuerdo con el gobierno británico, empezaron la recuperación de los tesoros, estimados en por lo menos 670 millones de dólares. No obstante, aunque todo parecía ir de maravilla, antes de que la Odyssey comenzara las excavaciones, organizaciones arqueológicas la bombardearon con denuncias a fin de prevenir el saqueo cultural y antropológico. En 2006, España se sumó a las disputas, pues pedían que se comprobara si no se trataba de un galeón español. Entre denuncias y disputas, el tesoro sigue enterrado en el fondo del océano.
Uno de los últimos navíos en sumergirse fue el Salvador, también conocido como el Triunfo. Este barco naufragó el 31 de diciembre de 1812 en la bahía de Maldonado, Uruguay. Los buscadores de riquezas todavía intentan encontrar su tesoro, conformado por 110 cajas, aunque se desconoce su contenido.
En la actualidad, es más difícil que las embarcaciones en problemas se hundan, pues la comunicación es muy ágil; además, veloces naves de auxilio, tanto por agua como por aire, acuden en su rescate. Y, aun así, en caso de naufragar, los dispositivos de localización permiten llegar a ellas fácilmente. Por ello la mayoría de los tesoros perdidos en el mar anteceden al siglo XX.
México, con tesoros hundidos
Buques sumergidos en aguas nacionales y de otros países esconden cargas en litigio
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