Era un bullicio, “fiesta de hormonas” decían los mayores. Ellas y ellos empezaban a congregarse, al llegar brincaban, se saludaban, se reconocían. Los “¡Goya, Goya universidad!” se confundían con el “llévele, llévele, capas para la lluvia”, parecía que Tláloc, quien los observaba a las afueras del Museo de Antropología e Historia, los bañaría.
La ligera lluvia no frenó la llegada de los universitarios y universitarias gritaban las mujeres que se querían hacer visibles y también denunciar. Sus carteles así lo indicaban, y mientras se acomodaban para marchar sobre avenida Reforma, Hatziri, Fernanda y Desiré, de la Facultad de Economía lanzaban “que nos detengan, que somos feministas y abortistas y no nos pueden controlar”.
Sus cuerpos se movían con los tambores que acompañaban a su contingente, protegido por un cordón, como todos y cada uno de los grupos que asistieron a la Marcha del Silencio, en conmemoración de aquella registrada en 1968, pero también para unirse a la consigna que no dejo de escucharse y leerse en todo el trayecto, “fuera porros”.
La policía capitalina se alistaba para iniciar el conteo de los asistentes, que dijeron fueron 23 mil personas. El conteo lo iniciaron a partir de la Estela de Luz, ahí donde el silencio llenó Reforma.
“Shh, shh, shh” lanzaban a aquellos que olvidan que a partir de la Puerta de los Leones del Castillo de Chapultepec, y cuando era necesario se escapaba un fuerte “¡silencio!” que también iba lanzado para los vendedores que querían hacer su agosto con los paraguas y capas, pero Tláloc les falló; “más temprano vieramos vendido más” le decía una mujer a otra.
El ruidos de los pasos era lo que se escuchaba, y el enojo de uno que otro ciudadano que no sabía porque se movilizaban los jóvenes y los nos tanto. Las demandas se podían leer en las mantas y en algunos casos se trasladaron en pintas en el inmobiliario, “qué necesidad, no está mal que se manifiesten, pero para que dañan las paradas del metrobus, así parecen unos porros”, dijo Daniel Montes, un organizador de eventos que pasaba por el lugar.
Otros pararon un momento, un puesto de sincronizadas los detuvo, el hambre ya había hecho mella. Yaotecatl Moran, de la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, fue el encargado de comprar las viandas para los demás que siguieron su camino. Una vez con su plato de comida, corrió y se reintegró.
“Ya casi llegamos, ahí sí ya podremos gritar”, decían unas jóvenes mujeres del Colegio de Ciencias y Humanidades Sur. Los de las escuelas de danza, bailaban sin música, movían sus cuerpos. Al llegar al llamado antimonumento de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, prefirieron esperar y se unieron al conteo de aquellos que sus padres también decidieron salir a exigir que aparezcan.
El bullicio se volvió a sentir a la entrada de Avenida Juárez, algunos paraban sus contingentes querían correr un poco, iniciaron otro conteo, al llegar al número ocho salían disparados los mayores se hacían a un lado hombres y mujeres participantes en 1968 que ya no tenían el mismo vigor para correr se hacían a un lado para darles paso a su marcha y a sus demandas, “que las griten, que exijan”, decía Amelia Escalante.
Ella no era la única a la que los años le recordaban que no podía andar al mismo paso de los que ayer entraron por Madero para llegar a la principal plancha del país, el Zócalo.
“Hace cincuenta años yo corría más, con los granaderos atrás, claro”, recordó el escritor Paco Ignacio Taibo II y aunque la memoria no le permitió revivir las emociones que sintió en 1968, dijo que ayer sentía “emoción y orgullo”.
Casi al llegar a la plaza, los asistentes aún sostenían sus cartulinas, algunas ya en pedazos, con las letras borradas, pero las mantenían con fuerza para exigir “que no quieren ser tratados como delincuentes”.
Los jóvenes concluyeron su marcha, los acompañaron los padres de los normalistas, a “los que rescataron de entre los escombros en los sismos”, lo damnificados, y los que se oponen al Nuevo Aeropuerto en el Lago de Texcoco.
Solo una estudiante no pudo concluir la caminata, fue llevada en ambulancia, pero sus amigos siguieron como dicen que seguirán “si vuelven a ser agredidos”.