Por: Carlos Ramírez H
A partir de que su pensamiento estratégico cabe en un tuit, el presidente Donald Trump no acaba de entender que el Tratado de Libre Comercio con México no se resume en el déficit presupuestal estadounidense, sino que es el ancla mexicana para superar el nacionalismo antigringo, el aislacionismo económico y el estatismo.
Para presionar a la Casa Blanca en el apoyo efectivo al tratado, en abril de 1991 el embajador estadounidense en México, el estratega geopolítico y luego director de inteligencia John Dimitri Negroponte, escribió al subsecretario de Estado que “un voto negativo (en el Congreso estadounidense contra el TLC) caería en manos de la izquierda y de los críticos de las relaciones México-EU”, además de despertar de nuevo a los sectores estatistas y populistas que la reforma de Salinas de Gortari había liquidado.
En términos ajustados a la realidad mexicana, el memorándum Negroponte (revista Proceso, 11 de mayo de 1991) se puede aplicar hoy: el fin del Tratado como amenazó Trump regresaría la economía mexicana no sólo al estatismo y al populismo, sino que beneficiaría a López Obrador; y lo peor, bajaría las expectativas de crecimiento económico, empleo y bienestar y aumentaría la cantidad de mexicanos que se verían obligados a cruzar la frontera ilegalmente por la carencia o cierre de empleos en México.
El gobierno del republicano Bush Sr. en 1991 obedecía a una lógica geoestratégica, considerando que había sido director de la CIA en 1976, en tanto que el pensamiento estratégico de Trump es empresarial-utilitarista y obsesivo-compulsivo. Los sectores de inteligencia y seguridad nacional del gobierno estadounidense están comenzando a mandar mensajes directos a la Casa Blanca para advertir el efecto de finalizar abruptamente el tratado, sobre todo por el posicionamiento de López Obrador en las encuestas sobre el relevo presidencial en México en julio de 2018; y aunque el dirigente de Morena ha dicho respetar los términos de la globalización, su programa de gobierno impreso en dos libros advierte el regreso al estatismo populista del priismo de Cárdenas, Echeverría y López Portillo.
El gobierno de Bush presionó la aprobación del tratado porque formaba parte de la estrategia de reenfoque estratégico del México nacionalista vinculado a gobiernos progresistas de la región: “Salinas ha ido de una visión ideológica, nacionalista y proteccionista a una visión de problemas mundiales más pragmática, competitiva y hacia fuera”. El tratado liquidó la política exterior progresista de México y Salinas y su canciller Fernando Solana miraron hacia otro lado cuando el presidente Bush en diciembre de 1989 invadió Panamá para arrestar al hombre fuerte Manuel Antonio Noriega, a quien por cierto Bush lo había contratado como agente de la CIA en 1976; Noriega acaba de morir en mayo pasado.
El problema de México es que se mueve entre los polos ideológicos del neoliberalismo salinista y el populismo lopezobradorista y carece de una fuerza intermedia que reorganice un modelo de desarrollo integral vía un Estado regulador de la apropiación privada o estatal de la riqueza. El fin del tratado terminaría con la reforma neoliberal y le entregaría el país al populismo de López Obrador.
La clave del tratado de 1990-1993 no fue el déficit presupuestal sino la consolidación geoestratégica en la frontera sur de EU del fin de la guerra fría ideológica y económica de 1989. Trump, sin embargo, sólo ve el déficit comercial y los migrantes ilegales y no la geopolítica. Política para dummies: La política es tener la sensibilidad estratégica para saber que todo es juego de poderes.
Acabar con el TLC beneficiaría al populismo de AMLO en 2018
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