Una amiga mía que nunca votó por Andrés Manuel López Obrador y que jamás quiso verlo como presidente de la República me confesó ayer que la impresionó ver las imágenes donde él aparece aprestándose a abordar el avión comercial que lo llevó ayer a Ciudad Juárez para presidir el primero de los foros de consulta que se realizarán en el país para buscar soluciones para reducir los niveles de violencia y delitos.
Mi amiga me confesó que le agradó ver a Andrés Manuel caminando en el Aeropuerto de la Ciudad de México sin guaruras, jalando él mismo su maleta, pasando por los filtros de acceso, viajando de pie en uno de los autobuses que llevan a los pasajeros de la terminal a los aviones y ocupando un asiento en clase turista; como cualquier viajero común y corriente, y no como muchos funcionarios y políticos que van de un lugar a otro acompañados de guaruras, aunque no los necesiten, y rodeados de una nube de ayudantes que están hasta para satisfacer sus más mínimos y estúpidos caprichos.
Comparto los sentimientos de mi amiga. Me agrada e impresiona ver actuar así a AMLO, aunque insisto en que debe ser protegido físicamente de cualquier loco, fanático o enemigo político que busque dañarlo, y que debe viajar en vehículos blindados y aviones no comerciales que previamente hayan sido rigurosamente inspeccionados para que no sufran un desperfecto en el aire o sean objeto de algún sabotaje.
Como el jefe del Estado y Gobierno electo que es, el tabasqueño ya no puede ni debe darse el lujo de actuar como cualquier mexicano, porque, le guste o no, dejó de serlo desde que 53 por ciento de los votantes decidió que fuera nuestro próximo presidente y que, como tal, su interés supremo debe ser servirle a la nación y al pueblo. Por ello, para servirnos, debe dejarse cuidar por quienes saben hacerlo, sean expertos que protejan su integridad física o médicos que cuiden de su salud.
La conducta de López Obrador dista de parecerse a la de muchos secretarios de Estado, gobernadores, funcionarios federales y estatales y varios legisladores federales y locales que se hacen rodear de guarros, viajan en camionetas blindadas y vuelan en aviones y helicópteros privados dizque para mejor aprovechar su tiempo.
Ojalá que su ejemplo marque el fin de la opulencia que desde hace décadas ha rodeado a los funcionarios y políticos mexicanos, la cual supera a la de la mayoría de los monarcas que actualmente reinan en diversos países.
Los excesos de la clase dorada que nos gobierna son insultantes.
Aparentemente, las cosas empiezan a cambiar. Varios gobernadores han ordenado vender los aviones de su flota estatal y ahora viajan en aerolíneas comerciales.
Parece que AMLO acabará con la opulencia más que monárquica de nuestros mal llamados servidores públicos. Eso ya es transformar a México.