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Opinion

AMLO: conflictos poselectorales son “estrategias de tensión” para arrebatar

El problema con López Obrador es que tiene casi 30 años diciendo y haciendo lo mismo.
El discurso, los anuncios y los comportamientos poselectorales por las elecciones en el Estado de México, Coahuila y Nayarit son los mismos desde 1988: radicalización de las amenazas para sacar ventajas y al final rendirse como personaje del sistema político priista.
La primera paradoja de López Obrador radica en ser el personaje político más contrario al sistema político priista, pero con comportamientos típicamente del sistema político: tensa la cuerda pero sin romperla. Por eso es que sus conflictos poselectorales son más mediáticos que rupturistas.
Las protestas lopezobradoristas juegan un papel más de cohesión interna que de denuncia de irregularidades. En 2006 López Obrador rozó la ruptura sistémica, pero al final sus movilizaciones radicales buscaron sólo mantener unidos a sus seguidores.
El punto culminante de sus protestas fue su autoproclamación como presidente legítimo de la República, después del dictamen de las autoridades electorales a favor de Felipe Calderón y la víspera de su toma de posesión. Lo que fue tomado como una payasada resultó el camino para evitar el desencanto de sus seguidores: la presidencia legítima fue el último argumento para la bandera de la protesta.
Ahora ocurrirá lo mismo: el discurso, las amenazas, la presencia diaria en medios y las amenazas de ruptura forman parte de los mecanismos de articulación de sus seguidores, no una forma de aspirar a apoderarse de la gubernatura del Estado de México. Se trata de una estrategia de tensión –Leonardo Sciascia ante violencia de la mafia italiana articulada a la política en Los Navajeros– una forma de activismo a partir de la protesta. Como una forma de evitar que el desencanto se convierta en desmovilización social, justo lo que ocurrió en 1988 luego de las elecciones presidenciales. López Obrador llevó la protesta al borde de la ruptura en 2006, la mantuvo en 2012 y el Estado de México le servirá para cohesionar su movimiento de protesta para las presidenciales de junio de 2018.
En este sentido, las protestas de López Obrador no deben preocupar, son las mismas de sus derrotas anteriores, revelan su incapacidad para organizar procesos electorales vigilados, exhiben su falta de estructura orgánica como partido y basan su intensidad en la búsqueda de nuevos aliados radicalizados. Sobre todo, es un movimiento de gente que no quiere ni busca la ruptura institucional final: la revolución, sino que se mueve en el ambiente pesimista de la protesta.
Aquí se localizaría la segunda paradoja lopezobradorista: participar en procesos electorales, sufrir fraude electoral, organizar protestas con lenguaje rupturista, pero seguir dentro de la institucionalidad padeciendo fraude tras fraude, sin ninguna propuesta de reorganización electoral a partir de sus propias experiencias. En este sentido, López Obrador sólo busca la protesta, no el poder, como lo demuestra que desde 1988 esté participando en elecciones y padeciendo fraudes sucesivos.
Hasta ahora, López Obrador ha fracasado en su estrategia de movilización callejera. Las únicas elecciones que ha ganado fueron las del gobierno del DF en 2000 y ahí las irregularidades denunciadas por el PAN fueron contenidas por Vicente Fox como parte de su victoria electoral.
López Obrador quiere llegar a la Presidencia por la vía de las presiones, no de la democracia electoral: y cuando llegue, gobernar con el apoyo en las calles de las masas, como Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Política para dummies: La política es el arte del discurso idealista, pero sabiendo que el realismo es el nombre del juego.

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