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Opinion

Autismo político

Hace mucho que quienes se dedican al trabajo político perdieron contacto con nuestra realidad. Y no es que hasta ahora los mexicanos comencemos a darnos cuenta porque siempre ha existido esa disociación entre el mundo real y el que ellos nos describen. Nuestra historia registra episodios en los que los ciudadanos han tenido que otorgarle un nuevo rumbo al destino gubernamental, y aunque en la mayor parte de las veces han sido violentos, también hay que señalar que en los últimos tiempos la democracia se ha encargado de que las transiciones sean pacíficas.

Para decirlo claro, el triunfo del PAN en la elección presidencial del año 2000 fue producto de ese hartazgo que se presenta nuevamente entre los mexicanos, pero el problema es que ahora el enojo es contra toda la clase política por el desenfreno no tan sólo en la disposición cínica e impune de los caudales públicos, sino también de la ineficiencia de todos para resolver los problemas provenientes de la pobreza, la desigualdad y la inseguridad.

La rapiña colectiva ha tomado identidad en el ejercicio político, y eso habla de esa lamentable descomposición que puede llevarnos a una confrontación social violenta de brutales consecuencias para lo que hasta ahora conocemos como México.

La posibilidad de una escisión del Pacto Federal es más real que las promesas de nuestros gobernantes en el sentido de que con los cambios estaremos mejor, porque no es el sistema político el que está en crisis, sino la sociedad misma.

No hay mal que dure 100 años dice uno de nuestros recurrentes adagios, ni pueblo que los aguante complementa la sabiduría popular, y lo que menos se puede decir es que el sistema político mexicano está en crisis y en muchas de sus partes agotado. La vorágine social podría poner punto final a nuestra crisis antes que la conciencia de nuestra clase política opte por un cambio estructural y de probidad en las instancias gubernativas del país.

La posibilidad del cambio violento es más real que nunca y pareciera que nuestros políticos no lo perciben ni lo conciben porque su mundo es distinto al de nosotros. El problema no es la política, tampoco el sistema, sino la falta de aseo y profesionalismo de quienes la abrazaron como oficio. Las arcas públicas siempre han servido a los grupos políticos para la generación de una nueva clase de ricos sexenales, pero lo que estamos viendo y viviendo raya en lo inconcebible.

No puede ocurrirnos como sociedad que los corruptos del ayer sean los paladines del presente, porque la estridencia de los nuevos gobernantes no puede hacernos perder la memoria de su pasado reciente, sólo porque suplen a ladrones que hurtaron más que ellos. La desmemoria colectiva es lo que hunde en el desenfreno de la corrupción a los países, y los mexicanos no podemos ni debemos olvidar que los exitosos gobernantes del ahora son los mismos corruptos del pasado.

No debe ocurrir que ante el autismo de nuestra clase política, nos olvidemos los agravios cometidos. Al tiempo

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