Autoconsiderada como la conciencia moral del periodismo occidental, autoasumida como la catedral del periodismo internacional y autoexaltada con facultades para acusar a los demás, en realidad The New York Times es un periódico grande, una empresa que cotiza en la bolsa de valores y por tanto se debe a sus accionistas y arrastra una larga lista de vicios que no suele perdonarles a los demás.
Al final de cuentas, el NYT no es propiamente un periódico que piense sólo en sus lectores, sino que es una maquinaria de información al servicio de la política de seguridad nacional imperial de la Casa Blanca.
El pasado lunes 3 de enero el periodista investigador James Risen sacudió la modorra moral del NYT y publicó un largo texto en el sitio The Interpreter para probar la afirmación anterior al revelar una odisea propia que se resume así: en 2004 y 2005 investigó el espionaje ilegal de la Agencia de Seguridad Nacional de EU para meterse en la vida privada de todos los estadounidenses, pero el NYT se negó dos veces a publicarla argumentando seguridad nacional, por peticiones directas del presidente Bush, El texto de Risen (http://bit. ly/2x6mbdn) da todos los datos para probar su queja contra el diario –en que sigue publicando, por cierto, porque es mejor tenerlo cerca que fuera–. Y luego de presionar al NYT con la publicación en enero de 2006 de su libro State of war (Estado de guerra), el periódico se vio obligado a publicar el diciembre de 2005 el reportaje de Risen y Eric Lichtblau. No publicar el texto y que éste apareciera en libro hubiera sido nefasto para la fama artificial del NYT en materia de libertad de expresión.
Lo peor para Risen fue el hecho de que jefes de la oficina del NYT en Washington – su sede central está en NY– y en dos ocasiones el propio dueño Arthur Sulzberger –retirado la semana pasada y con su hijo como relevo– se reunieron con los dos reporteros para fijar la política editorial de que la seguridad nacional imperial estadounidense está por encima del periodismo, algo que ha sido histórico en el diario.
El problema fue mayor. Luego de publicada la nota en el diario y aparecido el libro el gobierno de George W. Bush emprendió una cacería legal contra Risen para obligarlo a revelar sus fuentes de información. A lo largo de siete años Risen vivió con la amenaza de ir a la cárcel – decisión asumida– por no revelar fuentes.
Y lo más grave fue el hecho de que la peor presión judicial no fue de Bush, sino del gobierno de Barack Obama, ya rendido ante las labores de espionaje contenidas en sus refrendadas leyes patrióticas de Bush.
En su narración, Risen revela otro caso de censura en el NYT: sus fuentes en la CIA le filtraron que Estados Unidos tenía una operación de venta triangulada de planos de misiles a los iraníes, pero con errores de diseño. A pesar de contar con todos los datos, el NYT se negó a publicarla y estableció otro caso flagrante de censura informativa; de nueva cuenta los dueños del NYT argumentaron que la seguridad nacional era prioritaria.
En este sentido es que hay que leer todas las denuncias del NYT sobre la paja en el periodismo ajeno.
Política para dummies: La política muchas veces se confunde con las autoexculpaciones justificatorias.
http://indicadorpolitico.mx
carlosramirezh@hotmail.com
@carlosramirezh
Al final de cuentas, el NYT no es propiamente un periódico que piense sólo en sus lectores, sino que es una maquinaria de información al servicio de la política de seguridad nacional imperial de la Casa Blanca.
El pasado lunes 3 de enero el periodista investigador James Risen sacudió la modorra moral del NYT y publicó un largo texto en el sitio The Interpreter para probar la afirmación anterior al revelar una odisea propia que se resume así: en 2004 y 2005 investigó el espionaje ilegal de la Agencia de Seguridad Nacional de EU para meterse en la vida privada de todos los estadounidenses, pero el NYT se negó dos veces a publicarla argumentando seguridad nacional, por peticiones directas del presidente Bush, El texto de Risen (http://bit. ly/2x6mbdn) da todos los datos para probar su queja contra el diario –en que sigue publicando, por cierto, porque es mejor tenerlo cerca que fuera–. Y luego de presionar al NYT con la publicación en enero de 2006 de su libro State of war (Estado de guerra), el periódico se vio obligado a publicar el diciembre de 2005 el reportaje de Risen y Eric Lichtblau. No publicar el texto y que éste apareciera en libro hubiera sido nefasto para la fama artificial del NYT en materia de libertad de expresión.
Lo peor para Risen fue el hecho de que jefes de la oficina del NYT en Washington – su sede central está en NY– y en dos ocasiones el propio dueño Arthur Sulzberger –retirado la semana pasada y con su hijo como relevo– se reunieron con los dos reporteros para fijar la política editorial de que la seguridad nacional imperial estadounidense está por encima del periodismo, algo que ha sido histórico en el diario.
El problema fue mayor. Luego de publicada la nota en el diario y aparecido el libro el gobierno de George W. Bush emprendió una cacería legal contra Risen para obligarlo a revelar sus fuentes de información. A lo largo de siete años Risen vivió con la amenaza de ir a la cárcel – decisión asumida– por no revelar fuentes.
Y lo más grave fue el hecho de que la peor presión judicial no fue de Bush, sino del gobierno de Barack Obama, ya rendido ante las labores de espionaje contenidas en sus refrendadas leyes patrióticas de Bush.
En su narración, Risen revela otro caso de censura en el NYT: sus fuentes en la CIA le filtraron que Estados Unidos tenía una operación de venta triangulada de planos de misiles a los iraníes, pero con errores de diseño. A pesar de contar con todos los datos, el NYT se negó a publicarla y estableció otro caso flagrante de censura informativa; de nueva cuenta los dueños del NYT argumentaron que la seguridad nacional era prioritaria.
En este sentido es que hay que leer todas las denuncias del NYT sobre la paja en el periodismo ajeno.
Política para dummies: La política muchas veces se confunde con las autoexculpaciones justificatorias.
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