Cuando pensamos en desigualdad, frecuentemente se nos vienen a la mente imágenes de personas en zonas rurales; comunidades en el campo que difícilmente pueden acceder a servicios básicos o consumir una mayor variedad de productos de primera necesidad. Sin embargo, la dinámica migratoria del siglo XX ha puesto en relieve una situación que podemos atestiguar todos los días: a veces, la pobreza urbana es la más lacerante de todas.
Por eso, hoy más que nunca debemos repensar el rol que tiene la planeación urbana para alcanzar un desarrollo más justo y parejo. En este sentido, resulta fundamental acelerar la implementación de las estrategias acordadas en el marco del Hábitat III, la Conferencia de la ONU sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible que marcó los lineamientos para los próximos 20 años.
Un desarrollo inteligente implica abordar el tema de planeación desde una perspectiva social. Esto significa que además de impulsar proyectos de vivienda pensando en su costo, la política pública debe poner especial atención en su relación con el medio ambiente, así como en la manera que articula esfuerzos desde distintos frentes. Tal es el caso con el uso de energías más limpias y de medios de transporte que permitan reducir tiempos de traslado, teniendo así un impacto directo en la calidad de vida de millones de personas.
Acabar con la pobreza dependerá, en buena parte, de la evolución que tenga la urbanización. Como marcan los Objetivos de Desarrollo Sostenible, las ciudades deben asumir su papel como motores del crecimiento, garantizando siempre un desarrollo humano pleno. Esto implica, sobre todo en esta época de rápidos cambios demográficos, respetar los derechos de los más vulnerables y ofrecer las oportunidades para participar en la comunidad global.
Nuestro Dato: El 54% de la población mundial vive en las ciudades, y se espera que para el 2050 este porcentaje aumente al 70%.