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Opinion

#Columna7 La tierra, madre del bien y mal

Jorge Álvarez Colín

En los últimos años hemos visto fenómenos sociales raros, destrucciones ecológicas infames, desastres climatológicos, crisis económicas y desequilibrios financieros, extrañas coyunturas políticas, graves amenazas de salud y terribles quebrantos de la paz mundial, situaciones que parecieran ser presagio del fin de una era, señales que muestran que estamos frente a la sexta extinción en la tierra.

La mayoría de los científicos y teóricos en materia sobre la vida en el planeta, coinciden en que ha habido cinco extinciones masivas, y no es frenético ni obsesivo imaginar, que estamos en el umbral del fin de la especie humana, hemos olvidado lo que es humano y perdido el sentido de lo que somos como especie, tal pareciera que la tecnología, la comodidad, el progreso, las riquezas y el poder, sobre todo, nos volvieron adversarios buscando la expansión y dominio sobre la tierra.

La “Pacha Mama”, la protectora, la dadora de vida y sustento, vientre del crecimiento y laboratorio de avatares, la tierra es una masa continua, donde los continentes solo son una definición geográfica, esa casa que debiéramos compartir sin importar la raza, el credo o la cultura, aquello que nos da pertenencia y arraigo, pero que también es factor que se convierte en la discordia y causa de casi todas las guerras, el territorio y sus riquezas hacen que se olviden los principios de la convivencia universal, cambiamos la hermandad por el egoísmo, la solidaridad por la indiferencia, la ayuda por el desamparo y la fraternidad por el enfrentamiento.

La conclusión no es difícil de imaginar, cerraremos un ciclo, el ser humano se extinguirá pero la vida seguirá, otras creaturas tal vez, la tierra se calcula tiene  4,567 millones de años, ¿que son 110 000 años de vida humana?, podría ser una guerra, un cataclismo, el agotamiento de recursos indispensables para la vida, pero lo cierto es que la incapacidad de sobreponerse al enfermizo deseo de conquistar el mundo y sus riquezas nos llevan hasta ahí, al espacio del no retorno, al punto ciego y final.

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