El informe del presidente de la República, que hasta la administración pasada se convertía en el documento oficial de consulta para saber cuál era la situación de nuestro país, hoy, es un crucigrama que se complica en la medida que trata uno de incursionar en él, una pregunta lleva a muchas más dudas.
El evento tomó tinte de campaña, un mensaje a electores, un público que esperaba oír lo que el presidente dijo, bosquejó un panorama alentador, halagüeño y digno de presunción ante el mundo.
Sin embargo, los datos no son congruentes con la realidad del país, cifras que al tratar de hacer su análisis se convierten en números ajenos a la vida en México, y que, desgraciadamente muchos mexicanos pasamos a ser estadística de ellos, como el caso de defunciones por el Covid o el aumento de pobres, engrosar el gremio de los desempleados, el aumento de asesinatos, la muerte de tantas mujeres, la anarquía de grupos delictivos, el vandalismo en las calles, la confusión y adoctrinamiento en los nuevos planes educativos, los vergonzosos resultados en el combate a la inseguridad, el abandono de la niñez y no se diga la escasez de medicamentos, esto y más no puede ser borrado por los supuestos logros emblemáticos de un AIFA, que aún no se concluye ni funciona, un tren que destruye la naturaleza a su paso, una refinería que usará tecnología en vísperas de ser obsoleta y una inversión monstruosa en apoyos destinados a la caución de personas incondicionales a AMLO.
El señalamiento irónico de culpables, su interpretación propia y veredicto, tristemente no abonan a un escenario que pacifique al país, el informe parece justificar cualquier cosa que no se hace bien o de la cual no hay resultados cuantitativos, es evidente que no existe un equipo de trabajo, sino áreas emergentes para afrontar los dichos de una persona que improvisa como estrategia de comunicación distractora. Esto no es una oposición, es una opinión que contrasta la verdadera realidad de una sociedad mexicana que recibe un informe con otros datos.