México es el producto de una revolución sangrienta entre los propios mexicanos. Todo este tiempo la estructura política y social de nuestro país se movió igual. Y es que, proclamamos la independencia en 1810 pero fue hasta 1910 que tras habernos dedicado a sacar a los españoles, terminamos haciendo españoladas.
Y fue sólo a partir de 1915 cuando surgieron todas las esencias del pueblo mexicano y se concentraron en el proceso revolucionario.
México es un país bronco con una violencia explosiva. Y en ese sentido desde que en diciembre de 2006 el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas mexicanas, el entonces presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, decidiera tomar su fusil y mandar a nuestro Ejército a la llamada “guerra contra el narcotráfico”, vivimos un verdadero baño de sangre.
Nunca antes una ofensiva contra los narcotraficantes había desencadenado la formación del mayor ejército de sicarios en nuestra historia. Es más, en ciertos momentos esa batalla generó más muertes que un país en guerra como Afganistán.
Ahora han pasado 10 años y aún no se ha podido conseguir que la sociedad mexicana esté mejor. Han pasado 10 años y el narcotráfico no se debilita. Han pasado 10 años y hemos cargado en las espaldas desnudas del Ejército y de la Marina –ante su indefensión legal– el fracaso de los políticos y de la sociedad civil. Han pasado 10 años y seguimos sin ser capaces de cuidar a nuestros hijos, ni de defender a nuestras mujeres.
Han pasado muchos años de miedo y nunca habíamos llegado a este punto en el que el problema ya no es que te secuestren o que te asalten, sino que el precio de cualquier atentado siempre es la vida.
La sociedad mexicana está sufriendo no sólo la agresión que significa la falta de oportunidades o la injusticia social, sino que además estamos sufriendo el propio riesgo de la exterminación.
Estamos atrapados en una tenaza mortal de la que no hemos podido salir ante el narcotráfico, el crimen organizado y la desorganización que empuja a la gente a manifestarse en las calles.
Este asunto es terrible, pero se agudiza cuando queda de manifiesto el fracaso generalizado del esquema de justicia mexicano.
México está en un baño de sangre y es necesario frenar la hemorragia. No sólo por el cruel enfrentamiento que persiste entre los soldados y los sicarios, sino porque básicamente estamos perdiendo el control sobre nuestro futuro y sobre todo hemos perdido el control sobre la vida de nuestros hijos.