Carlos Ramírez
carlosrm@capitaldemo.mx
Luego de haberle quitado calidad a la política y hundirla en el insulto cotidiano –“lambiscones”, “mafiosos”–, Andrés Manuel López Obrador recibió el jueves un huevazo como taza de su propio chocolate. El lenguaje de la violencia verbal no provoca sino más violencia.
La autovictimización es el camino de López Obrador al verse derrotado. Ya lo había buscado en 1995: luego de haber violentado la ley al tapar accesos a pozos petroleros en Tabasco como acción de protesta, la policía y los lopezobradoristas chocaron a golpes y López Obrador recibió un toletazo en la cabeza que lo hizo sangrar; para la portada de la revista Proceso posó con arrogancia, los brazos cruzados al frente, la mancha de sangre escurriendo en la cabeza y la camisa azul manchada. Su estrategia fue que se hablara del descalabro y no de la violación de la ley, el atentado contra recursos naturales y las pérdidas millonarias para las arcas de la nación.
En situaciones de escaso apoyo social, López Obrador recurre a la violencia provocada para victimizarse ante la respuesta del poder: en 1993 se negó a levantar su plantón en el zócalo con barrenderos de Tabasco y el regente Manuel Camacho le tuvo que pagar el chantaje con fondos de la cuenta secreta de Salinas. En 2006 hizo otro plantón en el zócalo pero esta vez no hubo pago, pero el jefe interino de Gobierno, Alejandro Encinas, intervino para convencerlo de que era una provocación de violencia.
El 2006 fue su año de mayor violencia política: derrotado, instaló un plantón gigantesco del Zócalo al periférico por Avenida Juárez y Paseo de la Reforma para obligar al Tribunal Electoral a declararlo ganador de la presidencia sin pasar por procedimientos legales; en la campaña agredió verbalmente al presidente Fox llamándolo “chachalaca”; ordenó al PRD impedir la ceremonia de toma de posesión del presidente legal Felipe Calderón para provocar una crisis constitucional, al grado de que perredistas acudieron a violencia en el Palacio Legislativo; y, también, se autodeclaró presidente legítimo desconociendo a la ley, la Constitución y las instituciones; se colocó su banda presidencial, nombró a su gabinete y hasta se mandó hacer una silla gestatoria presidencial.
En las campañas López Obrador suele polarizar la política con lenguaje de violencia verbal, plagado de insultos, para cohesionar a sus seguidores que lo apoyan, a mano alzada, contra todos. En 2006, por cierto, encabezó una campaña agresiva y de violencia verbal de desprestigio contra periodistas que lo criticaban, lo que llevó a actos de violencia física contra comunicadores en uno de sus actos en el zócalo.
El contexto del huevazo del jueves es el mismo: lenguaje de violencia verbal contra los que no se suman a sus caprichos; cuando el PAN y el PRD, en un acto de autonomía política, anunciaron un frente amplio opositor para 2018, López Obrador les mandó un huevazo simbólico con su insulto preferido: “lambiscones”, aunque a partir de su incultura no sabe que lambiscón es un adjetivo de “adulador” y en la conferencia de prensa del panista Ricardo Anaya y de la perredista Alejandra Barrales no hubo ninguna adulación al PRI; al contrario, el frente sería contra el PRI.
Los insultos revelan en el carácter de López Obrador una frustración, impotencia y violencia. Por eso cosecha tempestades quien siembra vientos.
Política para dummies: Si en la vida real los que no la hacen la pagan, en política la factura es más fuerte con los que sí la hacen.