Capital Estado de México

Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo ¿A dónde van los difuntos?

Carlos G. Alviso López

Muchas eran las formas de despedir a los difuntos en el México prehispánico. Según las causas del deceso eran los rituales y el destino del alma llamada piochtli. De acuerdo con la cosmovisión azteca había cuatro moradas para los muertos.

Todo guerrero que perdía la vida en batalla iba al TONATIUHIXCO, lugar del Sol, ya que tenía derecho a acompañar al Sol en su puesta, pues decían, al oscurecer, Tonatihú descendía al inframundo y eran ellos, los guerreros, quienes lo defendían de las peripecias que tenía que sortear día con día.

También a las mujeres fenecidas en el parto se les consideraba guerreras. Ellas se convertían en mariposas o hermosas aves que acompañaban al Sol en su transcurso del medio día al atardecer.

Los que morían ahogados, por un rayo o cuyo fallecimiento estaba relacionado con el agua, iban al TLALOCAN, en el primero de trece cielos, según la cosmovisión antigua mexicana. Este era un sitio lleno de vegetación, árboles, frutos, ríos y lagunas,  gobernado por Tláloc dios del agua, el trueno y los rayos.

Niños que no habían cumplido un año de edad, su alma iba al CHICHIHUALCAUHCO, en donde decían que existían un enorme árbol nodriza que los alimentaba con leche, pero además tendrían perennemente una estadía tranquila para disfrutar su infancia mucho mejor que en el mundo terrenal.

Los demás tipos de decesos de forma natural o ajenos a los anteriores que ya mencionamos, iban al MICTLÁN, un lugar oscuro donde los habitantes estaban descarnados, casi en la calavera. Serían súbditos del Mictlantecutli amo y señor del inframundo.

En todos los casos se sabía que Tlaltecuhtli, diosa de la tierra, devoraba a los cadáveres y los hacía renacer, pasaban por nueve casas antes de que llegaran a su destino según las causas de su fallecimiento. Así, la muerte en aquellos tiempos era regenerativa, sus rituales, fiestas y luto son una herencia más del México antiguo.

Salir de la versión móvil