Desde tiempos añejos, Catemaco ha sido un sitio místico, de hechicerías, embrujos y sumos misterios ante lo desconocido del mundo sobrenatural, de las almas en pena, de fantasmas o entes incorpóreos.
Ritos olmecas de esoterismo, basados en la medicina natural y la curación del alma, le dieron a Catemaco una postura peculiar para allegarse de recetas, pócimas, amarres, conjuros o fórmulas para atender desamores, enfermedades u otros asuntos relacionados con el espíritu.
También, existen invocaciones malignas a seres del bajo astral, algunas otras a santos o deidades prehispánicas que suelen, en el ideario colectivo mexicano, sanar preocupaciones o problemáticas.
Otros casos a atender son, por ejemplo, el “mal de ojo”, donde dicen los ancestros, se da a causa de envidias, cerrazones o peor aún, por intervención de brujas conectadas con energías negativas que causan cansancio, palidez, infortunio en los negocios o simplemente acaban por absorber la vida de los perjudicados.
Todo maleficio o, por el contrario, muchas bendiciones, se pueden “trabajar” en Catemaco, a través de la sabiduría de expertos esotéricos que saben manejar con muchísimo cuidado las particularidades de lo paranormal.
Para tales propósitos y cometidos se recurre a elementos como el fuego, el aire, la tierra de campo santo, aunado a ramas, flores o alguna que otra planta aromática que todo en su conjunto, conllevan a un preciso proceso de hechicería, que sin lugar a dudas tendrá reacciones en lo que se requiere.
Del náhuatl Calli (casa), Tematli (quemar), sumado al locativo Co, se conforma el nombre de Catemaco, Lugar de las Casas Quemadas, cuya fiesta principal es en marzo, conocida como El día del Brujo, llevada a cabo en el Cerro del Mono Blanco, en la cual el sincretismo que se vive ahí es una herencia más del México antiguo.