Era una diosa excepcional, dicen que siempre mostraba cordura, paciencia, pocas, muy pocas veces se exaltaba, no conocía la soberbia, ya que era veneno para el corazón, era la deserción del alma que por sí solos los hombres se infligían.
Toda acción la meditaba para planearla lo más cautelosa y metódicamente posible para lograr que salieran avante los objetivos, era demasiado perspicaz, ¿Y saben por qué? Por el simple hecho de tener en sus encargos divinos el mantener el fuego del hogar y de los corazones.
Chantico “en la casa”, es la traducción de su nombre. Como ejemplar mujer lideresa, a diario lucía espectacularmente ataviada, jamás dejaba del lado la feminidad, daba esperanzas en los hogares cuando la fe se acaba y los sueños se iban debido a la monótona cotidianidad.
Tenía también una peculiar encomienda y era que siempre, en todas las casas, estuviera la llama encendida del bracero para que nunca faltara el furgón para cocinar y mantener a las familias unidas a la hora de la comida.
La interacción familiar de antaño ha sido un pilar para salir adelante como seres individuales que coexistimos con el mundo y su exterior. Chantico era clave para ello, dado que no permitía que se desintegraran los núcleos familiares.
Tenía el rostro de color negro y rojo, en sus vestimentas portaba una serpiente también de color rojo, además de púas de cactus. A ella, a Chantico, se le adoraba con esplendorosas ceremonias en lo alto del cerro del Tepeyac, donde las familias iban fortalecidas por su gran generosidad.
Fue ella la que hizo perdurar la vida en familia, fue ella la que logró que los hogares fueran hasta hoy el mejor refugio para cualquier padecimiento. Chantico se dio a la tarea de que nuestros antepasados nos legaran el deseo de formar una familia que nos da esencia y nos perpetúa y que es una herencia más del México antiguo.