A menudo nuestros antiguos se acercaban a personas dedicadas a hablar con los dioses, a aquellos que estaban congraciados con los seres míticos, poseedores de un poderío dominante en la vida de los humanos. Se acercaban a estos con muchos fines, como sanar su alma, curarse de enfermedades o simplemente para validar su destino en la Tierra.
Se entendía que había un Allá-Entonces, un sitio donde el tiempo y el espacio eran disímiles al que vivimos. Se comprendía que más allá del sol, la luna y Venus, mucho más lejos que el orbe había planos dimensionales donde pocos tenían acceso.
No obstante a la dificultad que tenía el simple hecho de comprender esta existencia divina y su contacto, había formas de poder llegar a los dioses y procurar su benevolencia para satisfacer alguna necesidad o agravios provocados de manera espiritual o corporalmente.
Para ello, estaban la adivinación, la hechicería y la magia. Para eso servían los conjuros, las pócimas y menjurjes de nuestros antepasados que con rituales, algunos brebajes y bálsamos accedían al contacto celestial de su amplia teogonía para de ese modo peticionar diversos beneficios.
Con la magia y hechizos se podía interactuar con el motor perpetuo de la vida, de la muerte y su consecución a otros terrenos enraizados en el inframundo para las almas de los seres humanos y los ámbitos divinos en el firmamento, habitados únicamente por los dioses.
No era cualquier cosa hacerlo, casi nadie de hecho tenía esos dotes y quienes los poseían eran respetados, hasta temidos por la población y sus creencias. A ellos, los elegidos para llevar a cabo magia y adivinación, se les reconocía, se les buscaba y no sólo eso, sino también se les escuchaba con atención.
Multiplicidad de conjuros, invocaciones, rituales, ceremonias, limpias, amarres o cortes energéticos quedaron plasmados e inscritos en libros o guías para la posteridad de quienes aprendieron la curación, el sanar la salud por medio de recetas y que hoy son una herencia más del México antiguo.