Había que ser muy hábil para curar enfermedades del cuerpo, tenía uno que conocer las reacciones de la herbolaría para atacar cualquier padecimiento físico y así saber combinar las hierbas adecuadamente para entrar en el plano de curación y sostener la convalecencia con firmeza, para que no recayera el paciente.
Y no solo eso, ya que los padecimientos del alma eran tratados a través del conocimiento del cosmos, todos los cuerpos celestes tenían que ver en ello, su movimiento, la rotación y traslación de la Tierra, también eran importantes para definir qué tipo de hechizo se requería.
Obviamente la encomienda a los dioses era básica, de ello dependía que se curara el espíritu, que sanaran las emociones y que el paciente no tuviera un agravio crónico en su esencia como ser humano y de esa manera tuviera paz interna sin degenerar su forma de ser y de sentir.
La medicina prehispánica es una tradición milenaria que tiempo después de la llegada de los españoles, en la época colonial, se denominó curanderismo, los doctores de nuestro México supieron asentar en la vida cotidiana un sistema integral en cuanto a tratamientos de enfermedades de esos tiempos.
Los numerosos remedios de los curanderos de antaño reflejan una labor acumulativa de conocimientos que se fueron sistematizando con el paso de los siglos, al grado de saber diagnosticar las alteraciones del organismo y el alma, para ser medicados con recetas de herbolaria.
La trascendencia de estar en contacto con el espacio sideral y las deidades, como ya se dijo, era fundamental, pues se decía que muchos de los males corporales, su causal era algo relacionado con lo sobrenatural y las zozobras del espíritu se ligaban con algún conjuro malvado.
Los menjurjes, ungüentos, brebajes, pócimas, limpias y demás recetas, cuya preparación era minuciosamente prescrita al enfermo, debían seguirse al pie de la letra para no fallar en restablecer la salud y es un acervo de conocimiento que hasta nuestros días sigue por ser una herencia más del México antiguo.