Hace siglos, la diosa Malinalxóchitl, una mujer de belleza exuberante, procreó a un hijo a quien llamó Copil. La hermosa madre dedicaba parte de su vida a decorar los corazones de hombres y aterrorizarlos con esta práctica, para hacerse de fama y ahuyentarlos de toda pretensión hacia ella.
Copil era un aguerrido muchacho, sobrino de Huitzilopochtli a quien le tenía un enorme rancor, ya que el dios de la guerra había traicionado varias veces el cariño de Malinalxóchitl, por lo que decidido a vengar este hecho, enfundó un cuchillo y salió en busca de su tío.
Recorrió veredas, escaló montañas, nadó por caudalosos ríos incansablemente hasta que llegó a la Gran Tenochtitlan, donde quedó atónito por la innegable veneración que los mexicas le tenían al sanguinario Huitzilopochtli, erigiéndole impresionantes templos dedicados a esa ferocidad que lo caracterizaba.
Se percató que en Chapultepec, el reconocido Huitzilopochtli resguardaba a sus mejores guerreros. Copil tomó la decisión de regresar a Malinalco, ciudad que había fundado su madre, con el fin de conformar un ejército que diera batalla a los soldados del dios azteca.
La noticia llegó a oídos de Huitzilopochtli, quien enfurecido dio la orden a un grupo de sacerdotes para que lo encontraran, lo mataran y le extrajeran el corazón para que se lo entregaran como ofrenda máxima a la bélica deidad.
El cabal cumplimiento de la orden se dio, pacientes los sacerdotes localizaron a Copil, aguardaron un descuido de sus guardias para atacarlo, abriéndole el pecho para sacarle el corazón, mismo que de inmediato corrieron a entregarle a Huitzilopochtli aún palpitando y en lugar de devorarlo, ordenó lo pusieran bajo un cúmulo de rocas en el cerro de Chapultepec.
Al día siguiente, sorprendidos del hallazgo, se dieron cuenta que del corazón de Copil había nacido el nopal, lo probaron y desde entonces forma parte de los alimentos nutritivos y característicos de nuestro país, el nopal que es una herencia más del México antiguo.