Hace ya más de cinco siglos, un grupo de comerciantes mexicas, conocidos en lengua náhuatl como pochtecas, se reunieron para organizar una expedición a los terruños de Tehuantepec. La travesía era larga y en canoa; a este viaje se unió el admirado Xomecatzin, señor del sauce.
Él provenía de Chalco, un poblado nahua y era reconocido en el gremio del comercio por su tenacidad, ya que recorría a pie extensas distancias, cargando un cúmulo de artículos como joyas, pieles coloridas, hierbas de distintos aromas y otros menjurjes que servían para la curación.
Cuando el grupo de excursionistas surcaban por el Río de las Mariposas, conocido hoy como el Papaloapan, les llamó la atención el canto de un pájaro que jamás habían escuchado, era melodioso, casi hipnótico, relajaba los sentidos e invitaba a la introspección de los oyentes.
El cántico armonioso del ave provenía del interior de un espeso bosque que se encontraba a un costado del río, a lo cual los mercaderes decidieron parar para internarse en búsqueda del pájaro. El ocaso se dio y el grupo de comerciantes llegó al lugar donde surgía el canto.
El asombro fue tal, al darse cuenta que era una hermosa doncella la que lo emitía, cuya mirada estaba dirigida hacia el firmamento, directo a la Luna. En contra de su voluntad, la hermosa mujer fue capturada y subida a una embarcación. Xomecatzin ordenó regresar a Chalco.
Al llegar a su reinado, condujo a la triste mujer a sus aposentos para cuestionarla, lo que fue inútil, pues la doncella jamás respondió. En respuesta a su negativa de hablar, Xomecatzin le dio el nombre de Cenzontle que significa cuatrocientas voces. La tristeza invadió a la mujer, porque la habían sacado de su hábitat.
Con el paso del tiempo, su vida se fue apagando hasta aquel fatídico día en que falleció, convirtiéndose en un pajarito que en tardes nubladas y deprimentes emite un canto desgarrador, recordando a los humanos el respeto a la naturaleza y todo lo que ella conforma, dejando este valor como una herencia más del México antiguo.