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#HerenciadelMéxicoAntiguo El fuego eterno: dador de vida y renovación del mundo

Carlos G. Alviso López
 

Era Huehuetéotl, dios viejo del fuego eterno, un anciano sabio que llevaba en la espalda un brasero con llamas perennes imposibles de sofocar, se trataba del fuego sagrado. Las arrugas en su cara, casi como llagas y la boca desdentada, delataban su avanzada edad, era encorvado, de mirada profunda, pues sabía la importancia de su […]


Era Huehuetéotl, dios viejo del fuego eterno, un anciano sabio que llevaba en la espalda un brasero con llamas perennes imposibles de sofocar, se trataba del fuego sagrado. Las arrugas en su cara, casi como llagas y la boca desdentada, delataban su avanzada edad, era encorvado, de mirada profunda, pues sabía la importancia de su existir.

Dueño del Quincunce, conformado por los cuatro puntos cardinales y un centro donde se conjugaba todo lo que a cada uno le sucedería, donde está la vida y destino de la humanidad. Huehuetéotl vivía en el centro del universo y ahí, en ese sitio, nacían el norte, sur, este y oeste, rumbos que convergían con los tres sectores verticales mundanos: el cielo, la tierra y el inframundo.

La serenidad que le daban los siglos era el eje rector de sus decisiones acertadas. Afirman que al visitar a los mortales su morada era Cuicuilco, pues gustaba del calor emanado por el volcán Xitle, allá por la sierra del Ajusco. Su presencia en los campos fértiles donde los sembradíos florecían, era significativa, daba maduración a frutos y semillas para su cosecha expedita.

Cada cincuenta y dos años la gente aguardaba con sigilo el amanecer, la esperanzadora salida del astro rey marcaba un nuevo ciclo en la cotidianidad de la populación y la continuidad de generaciones subsecuentes.

No obstante, minutos antes de aclararse el cielo, la duda fustigaba a los impacientes espectadores del nuevo día, quienes eran carcomidos por malintencionados presagios de algunos pesimistas que en sus pérfidas pretensiones rumoraban que el mundo acabaría.

Con el primer rayo de Sol que relucía, se festejaba la oportunidad de seguir en vida. Comprendían que Huehuetéotl era generoso y en consecuencia se valoraba el tiempo y espacio que les tocaba vivir, aprovechando cada Segundo, a sabiendas de que la regeneración de las cosas se había consumado nuevamente.

El fuego del que disponía con discrecionalidad Huehuetéotl, para muchos representaba la llama de la vida, del sentir. Para otros se interpretaba como la intensidad del amor y la pasión, hoy, una herencia más del México antiguo.