Se sabía perfectamente que los dioses necesitaban muy a fuerza a los seres humanos, pues ellos, los dueños de lo celestial y el inframundo, no tenían cuerpo y para materializar sus ideas y hacer tangibles mundanamente sus hazañas, era indispensable y obligado predar a las personas y así poder dar su palabra y hacerla cumplir.
Pero en el mundo solar no cualquier sitio era el adecuado para poseer cuerpos, adueñarse de ellos de forma física y cumplimentar sus cometidos para dar sostén a la vida de la gente común. Esos sitios idóneos eran los montes y las aguas.
Existe un relato Otomí que data del tiempo prehispánico y cuenta cómo los cerros devoraban a personas, en específico el Cerro de las Cruces y Montealto, en el Valle de Toluca, donde estos fascinantes relatos dan veracidad a una ley de vida: a cambio de saciar el hambre de los hombres, la tierra debe también comer.
La ideal dieta de las deidades era la carne humana y se allegaban de la ayuda de los componentes naturales montañosos y acuáticos para lograr saciar su hambre y su peculiar gusto antropófago.
Con este tipo de acciones alimentarias los magueyes, las nopaleras y los sembradíos tenían asegurada la fertilidad de la tierra y por ende, una cosecha abundante y satisfactoria para abastecer la nutrición de los humanos y sus comunidades.
También esa práctica estaba coligada a la preservación de los linajes de los gobernantes y fortalecer los orígenes de las comunidades que carecían de opinión sobre el engullir personas y debían sólo ser sumisas ante estos designios divinos.
Se asegura que lugares del Estado de México, como Ameyalco en Lerma, la serenamantesuma o minthe (dueña del agua) de vez en cuando ahoga a alguna persona para que los manantiales no se agoten y en el municipio de Xalatlaco, el arcoíris y los vientos son capaces de secar a mujeres y hombres para absorber su carne. Estos relatos jamás divergen de la voz popular y de lo que ancianos y curanderos aseguran ser testigos. Los siglos han diluido muchas tradiciones, pero ésta que cuento no, por ser una herencia más del México antiguo.