La nostalgia de muchas crónicas ancestrales, afirman que los tarahumaras, desde el inicio de los tiempos, les fue conferido un don: el caminar largas distancias con resistencia al agotamiento físico. Antes, se les llamaba rarámuris y el significado de esta denominación es “de los pies ligeros”.
Es cotidiano que sus andares sean metafóricamente infinitos, ya que las deidades estelares aprovechan esos momentos de caminata para poder platicar con los tarahumaras y en cada paso que dan, aconsejarles o recomendar algunas acciones para su beneficio.
Algo que caracteriza la vestimenta de mujeres y hombres tarahumaras es lo colorido de sus textiles y una especie de pañuelos que adornan la cabeza, llamados koyeras que dicen, concentran una energía impresionante y acumulan los buenos pensamientos, por lo que son sagradas.
Reza una leyenda acaecida en la Sierra Madre Occidental, que un pueblo de lo que hoy conocemos como el estado de Chihuahua, el dios conocido como “nuestro padre”, tenía la dualidad sexual, era el masculino y el femenino del universo, tuvo un encuentro con los humanos.
Este contacto fue para pedirle diera a luz a tres dioses, el Sol, la Luna y el Lucero de la Mañana, una triada que formaba parte de la integridad divina del dios principal y que eran el eje neurálgico de toda creación en el Mundo. Dicen que este trío, era de piel muy oscura y vestían únicamente con hojas de palma.
Todo en un principio iba bien, nacían las flores, germinaban las plantas y pastizales, el agua corría en ríos y manantiales, los animales se propagaban y se multiplicaban las especies, tanto de flora y fauna en general, solo había un detalle importantísimo y era que los humanos no tenían alimento base.
Fue entonces que el dios principal decidió darles un regalo a las personas y fue el maíz, que sembraron para su manutención pero, principalmente, para tener cuerpos y mentes fuertes y así recorrer extensos caminos que hasta hoy, esas capacidades, son una herencia más del México antiguo.