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Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo El jaguar de Teotenango

Carlos G. Alviso López

La estrategia y sabiduría de quienes planeaban las ciudades en la época prehispánica eran sorprendentes. Pues los cálculos que se hacían para erigir una ciudad iban más allá de una simple casualidad u ocurrencia. Estaban por encima de una ingeniería básica y la observación astronómica era el eje primordial del desarrollo de las edificaciones.

Todo tenía que estar alineado hacia un fin cósmico, hacia algún sustento de los dioses y deidades que en aquel momento regían sus destinos. Habría que darles gusto a sus placeres que no sólo eran caprichos, sino un designio divino que debía cumplirse para que todo funcionara a la perfección en su ritmo, en su tiempo y en su espacio. Un caso así es Teotenango, la ciudad de la muralla sagrada.

La estratégica posición era vital para combatir a los enemigos que querían apoderarse de este territorio. Las alturas y la protección natural montañosa, además de ser muy útil para estos propósitos, daba un toque de misticismo, pues a los cerros se les comparaba con el vientre de una mujer, que da vida, que tiene unidad y es sagrado.

Así también, la altura significaba cercanía con lo celestial, con aquellos varios niveles que componían el cielo de aquellos tiempos antaños y que además lo elevado de las montañas se podría dominar mejor el transcurrir de los cuatro puntos cardinales.

Hay quienes dicen que en Teotenango se oculta el Sol, pues día con día el jaguar lo persigue al atardecer, lo atrapa y devora para que renazca al amanecer siguiente. Esto, aún en nuestro tiempo se puede observar en la representación tallada que existe de la Plaza del Jaguar, donde este felino sostiene con sus patas delanteras al astro rey y así engullirlo, esta representación que es una herencia más del México antiguo.

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