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Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo El juego sagrado del tiempo y el calendario

Carlos G. Alviso López

Hay historias que deben ser contadas, una de ellas es la del Patolli, juego sagrado de los prehispánicos, cuyo tablero era más allá que una estructura numérica, ya que se relacionaba con la cuántica de las energías etéreas y celestiales, con aquellos seres absolutos de omnipresencia universal.

Patolli significa en náhuatl frijol y su dinámica eran las peticiones a los dioses del panteón azteca, pues nuestros antepasados pedían con fervor diversos anhelos a Macuilxóchitl, Cinco Flor, quien dedicaba sus alcances a los saberes de la música, la danza y los juegos de apuestas que existían.

Pero…¿cómo era este tablero? ¿De qué trataba este juego? ¿Cuáles eran las reglas? ¿Quiénes lo jugaban? son cuestionamientos dignos de definir y responder, ya que el legendario legado del Patolli trastoca costumbres pero más aún, plasma la cosmovisión antigua.

Grabados detalladamente en piedra o tallados en esteros por manos artesanas que sabían el significado de sus casillas. Se conformaba de cuatro espacios acomodados en cruz, mismo número de personas que podían jugarlo. Cada uno de estos cuatro espacios y sus casillas se avanzaban conforme se iban tirando los 5 frijoles rojos que fingían como dados.

El tablero se orientaba hacia los cuatro puntos cardinales, el objetivo era llegar a la meta y para llegar a ésta se tenía que dar una vuelta completa a los cuatro brazos y regresar al punto de partida en su centro; este juego es similar al de las Serpientes y Escaleras.

De acuerdo con los números en el calendario azteca, cada 52 años era un ciclo de la vida del Sol, así que los jugadores tenían en su espacio trece casillas, cuya suma del cuarteto da este número sagrado. Aseguran que, en el Patolli se apostaban joyas, pieles, propiedades y hasta la libertad de la gente.

No obstante, el fin no era el azar, mucho menos las apuestas, el tablero del Patolli se consideraba una herramienta, es decir un conducto de comunicación entre el mundo  de los humanos con sus deidades. Era un modo de apreciar situaciones o circunstancias que marcarían el destino, hoy una herencia más del México Antiguo.

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