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Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo El río Apanohuacalhuia y el xoloitzcuintle

Más que una tradición en los ritos funerarios mexicas, era sagrado y obligado el sacrificar un xoloitzcuintle para que acompañara el alma de los difuntos en una travesía larga y compleja para llegar al Mictlán. Ese gran viaje al más allá, implicaba diversas pruebas entre el fallecido y el canino.

Lo primero que debía hacer la persona occisa, era convencer al perro que su calidad era digna para que el animal lo acompañara a cruzar el río Apanohuacalhuia, porque en caso de no serlo, andaría deambulando por la eternidad, como una sombra sin rumbo fijo y sin atención alguna para mitigar sus penas.

Los niveles del inframundo mexica tenían una duración de cuatro años. Los preparativos del cuerpo inerte eran minuciosos, pues en un principio debían ser amortajados con los restos mortuorios del xoloitzcuintle, que tría consigo amarrado un hilo de algodón.

Ya que estaba preparada la ofrenda fúnebre, ambos, el cuerpo y el perro, eran incinerados. Uno de los motivos prácticos para que el xoloitzcuintle emprendiera esa travesía, era que su vista nocturna, su sagacidad y olfato eran superiores a los de otros animales.

Además, en cuanto llegaran al Mictlán, el perro se presentaría ante Mictlantecuhtli para advertirle de la llegada de un nuevo morador a su reino y así, el espíritu fuera bien recibido en su última morada, sin complicaciones ni restricciones o peor aún, sin rechazo alguno.

Existen algunas pinturas y papiros que describen parte del viaje al Mictlán, donde el muerto, llevando un rollo de papel, está acompañado de su xoloitzcuintle. Dicho rollo de papel es arrojado a un bracero, como parte de la reverencia debida al señor de los difuntos.

Desde siglos atrás, los xoloitzcuintles y su acompañar de las almas ha sido recordado y venerado por nuestros ancestros, propinándole un valor importante en la interconexión entre la vida y la muerte, siendo una herencia más del México antiguo.

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