Los juegos, en la época prehispánica, no solo eran pasatiempos o rutinas para ejercitar mente y cuerpo, significaban dedicación y esmero que las deidades evaluarían para la preservación del espíritu y de toda energía enfocada a establecer parámetros deportivos o de ocio.
Existen muchos ejemplos de deportes y juegos de azar, como los que se enfocaban a la formación primaria de los niños, como el Patilli, donde se les proporcionaba momentos de esparcimiento, pero a su vez, el conocimiento de los astros, sus movimientos y su influencia en la vida cotidiana.
Este se conformaba de un tablero en forma de cruz, con fichas que tenían que avanzar de acuerdo a la tirada de dados; la competencia la ganaba quien llevara todas las fichas al final del tablero y significaba movimientos celestiales y dominios de las estrellas sobre la Tierra.
Otro ejemplo era el tradicional y muy conocido juego de pelota, el cual se jugaba en honor de Huitzilopochtli, señor de la guerra y de la actitud bélica, patrono de los mexicas y bajo su cobijo fue que este pueblo se convirtió en una comunidad dominante en Mesoamérica, durante muchos siglos.
La cancha del juego de pelota era un sitio sagrado, los guerreros que ahí se enfrentaban ponían a prueba su destreza y habilidad corporal, porque el ser derrotados significaba un costoso pago, pues les quitaban la vida para satisfacer con su sangre a Huitzilopochtli.
En otro tenor, existía una competición de conejos, conocida como Tochtli, que en náhuatl significa conejo, y trataba de ver quién tenía mayor entrenamiento sobre estos animales para que, a partir de su adiestramiento preciso, fuera el ganador. Al conejo se le relaciona con la Luna.
Las culturas mesoamericanas se preparaban física, espiritual y mentalmente para practicar algún deporte o enseñar algún juego a la sociedad, ya que era cosa seria y sagrada por ser un tema relacionado con las distintas deidades de la época, hoy una herencia más del México antiguo.