Siempre supimos que nuestros dioses estarían con nosotros, jamás lo dudaríamos, porque hasta en los momentos más aciagos su presencia la sentimos y sus favores los disfrutamos para vivir con dignidad.
Así, de esos sentimientos emanados del pensamiento colectivo prehispánico se veneraba a quienes eran sus patrones y propios de la creación. Pero uno de los más importantes era Huitzilopochtli, el colibrí izquierdo, amo de la guerra y lo beligerante, aquellas prácticas bélicas que eran la base política de los mexica.
Él tenía múltiples estratagemas, virtudes pero también armas letales, una de ellas, el xiuhcóatl, un filoso y puntiagudo cuchillo sagrado, cuya acción de ataque con este puñal era infalible, pues todo aquel que era degollado o atacado, moría.
Fue xiuhcóatl con el que Huitzilopochtli inmoló a su hermana Coyolxauhqui. Esta poderosa arma fue la que la desmembró sin piedad y ningún reparo. Con este hecho fatal, fue que se coronó como dios de la guerra.
De esta manera, a través del xihucóatl fue que Huitzilopochtli ocupó los mayores altares en el Templo Mayor de la Gran Tenochtitlan, fue a él a quien se encomendaron las huestes guerreras de los caballeros águila y los soldados jaguar, quienes nos legaron carácter y temple, siendo una herencia más del México antiguo.