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Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo Las formas del viento y sus maravillas

Carlos G. Alviso López

Había veces que el silbar del viento era ensordecedor en las planicies mesoamericanas, era tal el estruendo que la gente se guardaba en sus hogares, expectante y a veces temerosa de que alguna desgracia provocada por las inclemencias de las ventiscas afectaran de alguna manera sus vidas.

Ehécatl era el poseedor de los ventarrones, él tenía la disposición a suma voluntad del aire. Era tan peculiar su veneración que, para esta deidad los templos a su merced tenían una forma peculiar que se diferenciaba de los otros basamentos y es que estos eran redondos.

Esa circular base de las áreas ceremoniales de Ehécatl simbolizaba una serpiente enroscada, ese reptil en posición cautelosa y concentrada, presta para el ataque defensivo o simplemente la rápida reacción para capturar alguna presa a la cual inyectara su veneno para después engullirla.

Para quienes entendían la importancia del viento en la vida y su equilibrio en mis cinco elementos, sabían que Ehécatl podría con un simple soplido, llevar las semillas y contribuir a la siembra natural de semillas de frutos, flores y legumbres. Asimilaban también que un enojo, podría provocar torbellinos o tornados.

A veces, reza una historia añeja, que los soldados águila encomendaban sus victorias a una acción hostil y efectiva provocada por Ehécatl y era que con un ínfimo respirar podía levantar tolvaneras para cegar a los contrincantes y así complicarles la visión en el campo de batalla.

Las leyendas que circundan el diario porvenir de las actividades de Ehécatl son tantas e interminables, distintas en contexto y personajes, sin embargo, todas confluyen en una línea de injerencia en el destino del mundo, y es que su control ejercido en los vientos provenientes de los puntos cardinales es vital para la conservación de los humanos.

Las civilizaciones que fundaron y forjaron el Ombligo de la Luna, es decir México, siempre y desde entonces supieron cuán trascendente es el viento y su control ejercido por Ehécatl, ese legado de enseñanza y respeto a los elementos naturales de la Tierra que es una herencia más del México antiguo.

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