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#HerenciadelMéxicoAntiguo Las perversas emisarias celestiales

Carlos G. Alviso López
 

Ellas vivían en el segundo de los cielos de la cosmovisión mexica y son sinónimo del Apocalipsis terrestre. Las llamaban Tzintzimime, demonios estelares, que su único objetivo de existir era destruir sin piedad ni reparo al Mundo y por supuesto, a todo aquello que en él habita, no importando nada. Cuentan que era impactante toparse […]


Ellas vivían en el segundo de los cielos de la cosmovisión mexica y son sinónimo del Apocalipsis terrestre. Las llamaban Tzintzimime, demonios estelares, que su único objetivo de existir era destruir sin piedad ni reparo al Mundo y por supuesto, a todo aquello que en él habita, no importando nada.

Cuentan que era impactante toparse con alguna de ellas, su amenazante y descuidado cuerpo huesudo causaba un temor inexorable. Su apariencia cadavérica la adornaba un aberrante collar formado por corazones humanos, además, poseían unas garras impresionantes y ojos por todas sus articulaciones.

La puesta del Sol marcaba a diario su incesable quehacer de destruir a la humanidad, la oscuridad de la noche aumentaba su valentía por acabar con el astro rey y de ese modo la Tierra moriría inmediatamente al no haber nacido el nuevo amanecer, generando decadencia y desolación.

La preocupación de nuestros antepasados prehispánicos se incrementaba cada cincuenta y dos años, cuando nacía el Nuevo Sol e iniciaba un ciclo de vida y continuidad renovadas. Para evadir su maldad, los sacerdotes, hechiceros, astrónomos y estudiosos se reunían y realizaban rituales.

Para ahuyentar a las maléficas Tzintzimime con esta ceremonia, todos los hogares debían permanecer en la penumbra, apagar todas las luces existentes y solo alumbrarse con la llama del Fuego Nuevo; únicamente así se lograría la supervivencia de las especies.

Era inquietante la espera, porque debían aguardar a que estas flamas persistieran, dado que existía la posibilidad de que los embates nocturnos las apagaran y al no resistir, significaba el fin de la existencia terrícola.

Durante cinco días del rito del Fuego Nuevo, ni una sola persona podía salir de casa, corrían el riesgo de ser devorados por las Tzintzimime, primordialmente las mujeres embarazadas. Era así que se resguardaban y la comunión familiar aumentaba, siendo una herencia más del México antiguo.

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