La sorpresa de ver cómo el Sol se ocultaba en pleno día, era aterrador para muchos de los antiguos habitantes de Mesoamérica, no se entendía el porqué de esta situación ni mucho menos se sabía qué pasaría. Algunos pensaban que el fin de los tiempos estaba marcado por este acontecimiento natural.
Conforme fueron analizando los eclipses, entendieron, por medio del conocimiento y comprensión de los sabios estudiosos del cosmos, que eran parte del ciclo del universo, que el sistema solar era infinito, impredecible y en muchos de los casos, incomprensible, porque va más allá del entendimiento humano.
Lo relacionaban con los designios y hasta caprichos de los dioses que dominaban no solo el mundo terrenal, sino su poderío era en el aquí y el entonces, en el allá y el ahora, pues dominaban la vida y la muerte, influían en todos los planos de la cosmovisión prehispánica que confirmaba los ciclos de la vida.
Hay registros de eclipses que dieron paso a la sucesión de gobernantes, como el ocurrido en el año 490 de nuestra era en Chiapas, en la ciudad de Palenque, o el de Xochicalco, Morelos, aproximadamente en el 664, en ambos hubo un cambio de dirigente gubernamental.
Los tlacuilos, es decir, los pintores mexicas, ilustraron de forma gráfica los eclipses solares y lunares, marcando un referente documental de estos hechos a veces inexplicables para muchos. En estos murales de pared también se relacionó a ciertos animales, principalmente a felinos.
El jaguar era considerado como un animal mítico, dueño de la oscuridad, amo y señor de la noche. Su agilidad, agudeza olfativa y especialmente su piel, era relacionada con el día y la noche, con el Sol y la Luna y significaba la prevalencia de los días y las eras del hombre.
Los eclipses hasta la fecha son muestra de la inmensidad universal, dan pie a que los investigadores continúen sus tesis para comprender aún más los hechos naturales y la relación de los pensamientos prehispánicos que hoy son una herencia más del México antiguo.