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#HerenciadelMéxicoAntiguo Los restauradores de la salud del alma

Carlos G. Alviso López
 

Muchos eran los males que antiguamente aquejaban a los mexicanos, pero los más misteriosos y que recurrentemente se presentaban en los niños, eran los males del espíritu, los que enferman el alma, el humor y las ganas de hacer su rutina diaria. Obviamente las preocupaciones en las familias, en los padres de los infantes afectados, […]


Muchos eran los males que antiguamente aquejaban a los mexicanos, pero los más misteriosos y que recurrentemente se presentaban en los niños, eran los males del espíritu, los que enferman el alma, el humor y las ganas de hacer su rutina diaria.

Obviamente las preocupaciones en las familias, en los padres de los infantes afectados, se hacían notar. Había veces, comentan, que los pequeños no paraban de llorar, se sentían incómodos pues aseguraban, les habían robado su esencia o parte del alma con tan sólo mirarlos.

Para abatir esa maldad, existían personas elegidas por las deidades poderosas, aquellas que marcaban el rumbo de la vida, a esos virtuosos se les conocía como Tetonalmacani, restauradores de la salud de infantes.

Estos personajes estaban dispuestos a enfrentar cualquier vicisitud provocada por seres oscuros y de mala voluntad, esos que sabían que la riqueza espiritual de la niñez les daría más vida en sus perversas intenciones.

Relatos que hasta nuestros días se siguen escuchando, aseguran que podía hasta secarse la piel de los niños que eran agraviados. Había otros que las uñas de las manos y pies se desaparecía. A otros simplemente se les perdía la mirada en lo eterno y jamás volvían a ser los mismos de antes.

Ya sea por enfermedad o espanto, el ritual a seguir de los Tetonalmacani, siempre invocando al Sol, era el mismo: mirar la pequeña mano, jalar los cabellos de la mollera hacia arriba y suplicar para que le sea devuelta la salud o ventura extraviadas. con todo el fervor, pero también con el acompañamiento de la luz que da vida y renueva las cosas, sólo así lo lograban.

Toda la súplica culminaba cuando se trazaba una raya de la nariz hasta la comisura de la cabeza y así, sólo de ese modo, se conseguía sanar a las criaturas. Hechos que por ser predilectos de los dioses se podían lograr y que hoy son herencia más del México antiguo.