Existía una serie de símbolos místicos que los sacerdotes mexicas conformaron durante siglos, como método de comunicación con sus múltiples dioses, en ellos había respeto, veneración, sometimiento y, lo principal: peticiones para que la vida cotidiana tomara rumbo.

De acuerdo con los designios sagrados, los sabios y conocedores de este sistema, sabían cuándo y para qué utilizarlos. El panteón de los dioses mesoamericanos en general, abarcaba una variedad de elementos cósmicos, también de la naturaleza mundana y de su habitual vivir.

La sangre era la mayor fuente alimenticia de los supremos que habitaban los niveles del cielo y el inframundo, para su obtención, las guerras y sus prisioneros eran el primordial suministro sanguíneo para derramarlo en depósitos sumamente sagrados y ofrendarlos a estos.

El fuego era también un elemento, que no obstante a la complejidad de producirlo, se tenía como ofrenda que simulaba la importancia del Sol en las cosechas, por ejemplo, y que de alguna manera, día con día, al oscurecerse la Tierra, se prendían antorchas para preservar su presencia entre los humanos durante el momento nocturnal.

Qué decir del agua, que proporciona vida a las plantas, que Tláloc, el señor de ésta, hacía llover para alimentar de nutrientes los sembradíos, que de las montañas abastecía los lagos, ríos y lagunas que daban el vital líquido a animales y humanos para la subsistencia.

Las piedras preciosas eran otra forma de decirles a los dioses que las personas los admiraban, les rendían pleitesías y los reverenciaban por medio de la belleza natural y minera, que en algunos casos tenían las joyas, que además ataviaban las vestimentas de quienes encabezaban los rituales.

Son algunos de los ejemplos de una interminable lista de simbolismos, iconos y representaciones con las que nuestros antiguos mexicanos se comunicaban con los dioses de su época y que son una herencia más del México antiguo.