Sólo los poseedores del Tonalámatl eran capaces de conocer, predecir o modificar los sucesos de la vida y el destino de las personas. Sólo ellos estaban enterados del devenir y las fuerzas del cosmos sobre el universo, no era cosa común, mucho menos quehacer de cualquiera, sino de los sabios prehispánicos.
Sus páginas contenían todo augurio de los humanos, inscrito en el Tonalámatl estaban los signos del calendario y su relación con el día de nuestro nacimiento. En aquellos entonces tener la sabiduría de este libro sagrado, dio como resultado adivinatorio saber qué nos depararía la vida en este mundo.
En tiempos lejanos, la medicina y la magia eran herramientas que manifestaban el predominio de los signos calendáricos y la influencia de estos en el porvenir de la humanidad, particularmente en el cuerpo, aseguran que el curso de la enfermedad y sus consecuencias en la salud y la vida estaban predeterminados en sus páginas.
En el manual del tiempo azteca podía predecirse todo, en sus inscripciones estaba cada segundo de nuestro existir. Sus símbolos sabían el momento e instante de lo que nos acontecería. Además, se conocía la personalidad de cada individuo, su misión y cualquier ubicación en espacio y tiempo.
Los tlamatinimes, en náhuatl “los que saben algo”, eran una especie de filósofos o sabios mexicas y entendían la manipulación del sagrado contenido. Los había dedicado a guiar a los pueblos, otros a entender la dualidad de los dioses, algunos más comprendían y enseñaban los designios de la muerte o a presagiar acontecimientos con ayuda de la astronomía.
Con ellos y en sus manos, las generaciones mexicas estuvieron protegidas y bajo la profunda enseñanza de quienes “saben algo”, los tlamatinimes que resguardaron el portentoso Tonalámatl.
Fray Bernardino de Sahagún, el Códice Vaticano y en textos recientes de investigadores como Alfredo López Austin y Carlos Viesca, hay datos que refieren al Tonalámatl e indican sin lugar a dudas que “el libro de los destinos” es una herencia más del México antiguo.