Es inminente que la paz transmitida por la Luna, cada noche que asuma su faz a la Tierra, da esperanza y nutre el alma de bríos para aguardar el amanecer con paciencia y con el alba, saber que hay un nuevo día donde el Sol calentará para dotar de energía en su renacer diario.
Así pensaban los mexicas, quienes a sabiendas de la lucha consuetudinaria que libraba Tonatiuh, el astro rey, con las fuerza de la oscuridad del Mictlán, ponían su devoción en cada momento nocturnal diario, para verle resurgir de lo más profundo y recóndito del inframundo.
En lo negro de la noche, cuando espíritus malignos del bajo astral salían para apoderarse de las personas noctámbulas y tomarlas desprevenidas para manipular sus acciones a conveniencia perversa. Pero Metztli, la Luna, era el único resplandor que alejaba a esos inmundos entes.
Solo era ella, quien daba esperanza y además, sanaba ciertos maleficios que se propagaban con la penumbra y disipaba las malas intenciones que se gestaban con la oscuridad y se acentuaban entre los humanos, al proteger a la gente de todo lo que conllevan esos pérfidos sentimientos.
A la Luna se le alegraba y rendía culto con rituales, se le respetaba y cuidaba por la condición de protectora de almas, porque sumado a ello, era quien marcaba en muchas ocasiones la buena siembra, daba en lo nocturno alimento a los campos, para aumentar su fertilidad.
Se tenía la creencia que la Metztli vaticinaba algunas cosas, por ejemplo, en caso de haber un eclipse lunar, se auguraban desgracias, como el que las mujeres embarazadas abortaran por designios celestiales, o que el bebé tuviera algún defecto físico.
De hecho, la luna es tan importante para nosotros los mexicanos, porque el origen del nombre de nuestro país, proviene de la mezcla de tres voces del náhuatl: metztli, que quiere decir luna; xictli, ombligo o centro; co, lugar. Por eso el vocablo México, es una herencia del México antiguo.