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Opinion

#HerenciadelMéxicoAntiguo Miccaíhuitl, la fiesta de los muertos sagrados

Carlos G. Alviso López

En los hogares de nuestros antepasados prehispánicos, se preparaba un sitio que, por algunos días, sería el más sagrado de los sitios. Este, se convertiría en el recinto que recibiría las almas de los difuntos, aquellos seres amados que habían dejado el plano terrenal para trasladarse al mundo de los muertos.

En días previos para celebrar el Miccailhuitontli, la fiesta de los muertos pequeños y el Miccaíhuitl, que recordaba a los adultos, las familias salían a cortar flores, cosechar calabazas, jitomates y otras legumbres que serían dispuestos para complementar la preparación de suculentos platillos.

Las festividades se intensificaban en los primeros cuatros años posteriores al fallecimiento de las personas, dependía del tipo de fallecimiento el destino del alma a la que le llamaban piochtli. Si morían a causas relacionadas con el agua, iban al Tlalocan, si perecían en la guerra o las mujeres en el parto, acompañarían al Sol en su puesta.

Había cuatro sitios que serían la morada perpetua de las almas y eran Mictlán, Tlalocan, Tonatiuh ichan y Cincalco. En los hogares no podían faltar elementos como las velas que era la luz que guiaba a los espíritus del más allá al mundo terrenal y, por supuesto, agua, para saciar la sed del largo camino a la Tierra.

Como es tradicional hasta nuestros días, los alimentos preferidos de los occisos se ponían en cazuelas de barro hermosamente adornadas. La dedicación en la cocina era minuciosa, las cocineras se desvivían para lograr el mejor sazón y de esa forma mostrar el amor a sus difuntos.

Las ofrendas eran el vínculo del plano humano con el Mictlán, eran días especiales para tener contacto fraterno con las almas y recibirlas con el más puro cariño y enterarles que su recuerdo sería casi eterno como su existir en el espacio de los muertos.

Dichos festejos se efectuaban a principios del otoño, siglos después, con la llegada de los españoles y la visión del cristianismo, se mezclaron costumbres como la del montaje de altares de muertos en los Días hoy denominados Santos, que son una herencia más del México Antiguo.

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