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#HerenciadelMéxicoAntiguo Tzompantli, la imponente muralla de cráneos

Carlos G. Alviso López
 

Para nuestros antepasados, la guerra era su día a día, con las batallas sostenía la estabilidad del mundo, saciaban a los dioses al satisfacerlos con la sangre de los cautivos por medio de sacrificios que en la actualidad se entienden como barbarie, pero no, iban más allá, tenían una profunda esencia y razón de efectuarse. […]


Para nuestros antepasados, la guerra era su día a día, con las batallas sostenía la estabilidad del mundo, saciaban a los dioses al satisfacerlos con la sangre de los cautivos por medio de sacrificios que en la actualidad se entienden como barbarie, pero no, iban más allá, tenían una profunda esencia y razón de efectuarse.

Los aztecas eran una comunidad belicosa, dominante de los alrededores de la Gran Tenochtitlán, sometían a pobladores circunvecinos de la majestuosa ciudad del Lago de Texcoco, quienes sufrían agobios y agravios de campales combates cruentos con el ejército de los guerreros águila.

Al ser capturados los vencidos, les infligían severas torturas para llevarlos a la deshidratación corporal y la inanición que debilitaba sus capacidades físicas al máximo, pero eso no era lo esencial, había que acabar con el alma de los combatientes abatidos para que jamás llegaran al inframundo.

Para ellos existían los Tzompantli, una ofrenda de cráneos para la deidad de la guerra Huitzilopochtli, Colibrí Izquierdo en náhuatl, se tenía previo ritual consistente en transitar una larga y empolvada vereda con los cautivos. Este camino los llevaría a un destino trágico y final: serían decapitados.

Con poca fuerza física, por la ausencia de condumio los prisioneros daban pasos a sobresalto, con el rostro desdibujado llegaban a esa muralla formada por decenas de cráneos de caídos en batallas pasadas. El Tzompantli era, hagan de cuenta, como un ábaco, solo que las pequeñas bolas que lo conformaban eran cráneos.

El único fin de esta práctica ritual de postguerra era exterminar por completo al adversario, acabar con su Tonalli, es decir, su destino, al atravesar los parietales de la cabeza, nuestros antiguos creían con fervor que el alma jamás renacería para intervenir en algo más. Los Tzompantli se utilizaron recurrentemente como última morada de los perdedores en el juego de pelota, se veían en los linderos de los templos de Tenochtitlán como ofrecimiento marcado para el tutor de la guerra Huitzilopochtli, hoy una herencia más del México antiguo.