El artículo del expresidente Carlos Salinas de Gortari en El País de España el jueves 25 de enero cayó en el vacío electoral mediático, a pesar de tener derivaciones importantes. Sólo Andrés Manuel López Obrador reaccionó con su chachalaqueada desdeñosa, pero por la sencilla razón de que los torpedos de Salinas dieron debajo de su línea de flotación.
En sus estilos de hacer política indirecta, Salinas fijó la elección presidencial en la contienda populismo vs. neoliberalismo. Y aunque destila buena parte de su retórica inconsistente para señalar que su propuesta personal es una tercera vía, en realidad su texto tuvo la intención esencial de caracterizar sin dobleces la propuesta de López Obrador como populista y avisarle al PRI que debería darle más contenido social a su discurso económico de campaña.
Y si medios y redes desdeñaron el texto de Salinas, en realidad sus verdaderos y estratégicos destinatarios no eran los electores, sino los grupos financieros y empresariales. Salinas echó un balde de agua fría sobre los grupos funcionales al neoliberalismo –empresarios, banqueros, organismos internacionales– que están mirando con simpatía a López Obrador porque ha prometido –no cumplirá– someterse a la dictadura de la estabilidad macroeconómica, esencia del neoliberalismo.
Salinas definió directamente a López Obrador como populista, sin nombrarlo, obvio, pero sin dejar dudas al respecto. Los sectores estratégicos de la dominante y autoritaria comunidad financiera internacional debieron tomar nota de las afirmaciones-preguntas de Salinas. Tan entendió López Obrador el retruque del texto de Salinas que en horas pasó del perdón al expresidente a la calificación de “fanfarrón”.
Ayudado por el empresario salinista Alfonso Romo, López Obrador ha establecido relaciones discretas con importantes figuras empresariales que han leído las encuestas preliminares casi como votación definitiva y han buscado acercamientos para saber si habría un cambio en los enfoques de la política económica, pero de acuerdo con todos sus libros que hablan de su proyecto alternativo de nación, el gasto no alcanzará a ser financiado con el dinero de la corrupción y al final tendrá que subir el gasto rompiendo la estabilidad macroeconómica. Hay economistas cercanos a López Obrador que parecen haberlo convencido que déficit presupuestal superior a 2 por ciento e inflación agresiva de hasta 8 puntos porcentuales serían asimilables por su efecto de estímulo a la producción.
Por eso Salinas buscó la lectura de sectores económicos y financieros estratégicos para señalarles que en el fondo López Obrador será un populista típico –Cárdenas, Perón, Echeverría, López Portillo, Chávez, Maduro y otros– con una estrategia de darle prioridad al gasto social –con rendimiento electoral– por encima de la estabilidad inflacionaria macroeconómica.
De paso, Salinas mandó el mensaje al PRI de que el modelo de estabilidad macroeconómica, con globalización, todavía tiene espacios para reactivar el crecimiento. Con un guiño no oculto, Salinas dijo al PRI de que el modelo de liberalismo social –que Salinas y Luis Donaldo Colosio fijaron en el PRI en 1992 al borrar de los documentos del partido el concepto de Revolución Mexicana– cuando menos daría una bandera popular de campaña para salirse de las acusaciones contra el neoliberalismo que aumentó pobres y bajó votos priistas. Zedillo desvió la atención del neoliberalismo y ganó votos populares con su frase de “bienestar para tu familia”.
Para enojo de López Obrador, Salinas ya se metió en el 2018.
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