Una vez transcurrido el periodo de la efusividad por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, algunos sectores poblacionales comienzan a tener dudas acerca del destino del país por una sola circunstancia: el Presidente de la República tendrá a partir del 1 de septiembre una abrumadora mayoría que le permitirá, sin sobresaltos, hacer todos los cambios constitucionales y administrativos que se le ocurran. Para decirlo claro, puede ser un buen demócrata o convertirse en dictador.
La anunciada descentralización administrativa tiene un lugar muy especial entre los planes inmediatos del virtual presidente electo, y eso quiere decir que miles de familias tendrán que ser separadas, u obligadas a migrar hacia lugares que nunca han conocido, y en los que quizá la adaptación no se presente de forma fácil. Para decirlo preciso y claro, esas familias serán obligadas a migrar por la ocurrencia de la descentralización administrativa, y pasarán muchos agobios antes de encontrar “un nuevo hogar”.
Hace mucho tiempo que nuestro sistema político no contaba con un Presidente de la República con tanto poder para hacer lo que le venga en gana con el país, como lo hacían antaño los tricolores, pero habrá que decir que muchos de ellos fueron verdaderos estadistas y utilizaron el poder para mejorar las condiciones de todas las regiones, y para consolidar nuestra independencia frente a los embates de Estados Unidos para cerrar la frontera a nuestros connacionales que buscaban las oportunidades que nunca les dimos aquí.
Pero también cabe señalar que el hastío popular por los excesos en el manejo de los recursos públicos dio al traste al proyecto de país que plantearon los tricolores, y a una de las etapas en que mayores esperanzas se depositaron. Enrique Peña Nieto despertó amplia simpatía y reconocimiento como un joven político, moderno y con peculiaridades similares a las de otros estadistas jóvenes como han sido Emmanuel Macron, mandatario Francés, y Justin Trudeau, primer ministro canadiense. Mientras ambos se consolidaron, Peña perdió el rumbo a causa del mayor de nuestros males: corrupción.
Por lo pronto, Andrés Manuel López Obrador tendrá la gran ventaja de contar con una abrumadora mayoría en el Congreso que le permitirá hacer realidad cualquier iniciativa que se le ocurra, y eso tiene sus aristas para muchos sectores sociales y productivos del país que temen los excesos del odio acumulado durante tanto tiempo y la venganza de muchos de sus colaboradores a causa de esa gran frustración por no haber alcanzado mayores cuotas de poder durante el régimen priista.
El único que puede contener las ansias de venganza de muchos que han vivido frustrados durante los últimos 20 años es el propio Andrés Manuel López Obrador.
Para decirlo más claro, se ha echado a cuestas un proyecto que se antojaba difícil e imposible, y no puede permitir que las ansias locas o la inmadurez de quienes se sumaron a su causa, den al traste con una nación como el México que nos hemos construido los mexicanos durante mucho tiempo. Somos nosotros, los mexicanos, los dueños del país, no los advenedizos del Movimiento Regeneración Nacional.
Eso es lo que tiene que entender el nuevo mandatario. Al tiempo