Por: Carlos Ramírez
Con eficacia de los demagogos, el dirigente panista Ricardo Anaya es muy dado a inventar peces rojos para distraer la atención ante sus tropiezos políticos. El pez rojo es un animal inexistente para llevar el debate a escenarios artificiales.
La propuesta de la segunda vuelta como reforma para las elecciones de 2018 era imposible por tiempos constitucionales, pero le dio oportunidad a Anaya de alejar un poco la figura incómoda de Margarita Zavala y para conducir a los priistas a un debate falaz dominado por falsas apariencias. El PRI, poco hábil para la dialéctica, cayó en la trampa y abrió el debate.
Por mandato constitucional las leyes electorales existentes hasta el 31 de mayo son las vigentes; y cualquier nueva regla debería de pasar antes por una reforma del párrafo tres, inciso I, fracción II del 105 constitucional que dice: “las leyes electorales federal y locales deberán promulgarse y publicarse por lo menos noventa días antes de que inicie el proceso electoral en que vayan a aplicarse, y durante el mismo no podrá haber modificaciones legales fundamentales”.
Por tanto, al proponer la segunda vuelta como posibilidad de reforma electoral, Anaya desconocía la Constitución o estaba invocando al “pez rojo” de la distracción para reforzar su tesis no probada de fraude electoral priista en el Estado de México y Coahuila.
Por lo demás, la segunda vuelta electoral en elecciones presidenciales y los gobiernos de coalición se han querido vender como una salida a la crisis de legitimidad de partidos que podrían ejercer la presidencia con 30 por ciento o menos del voto electoral en las urnas. Sin embargo, ambas formas de formalización de mayorías no han dado resultados en la gobernación-gobernabilidad-gobernanza de las democracias porque se votan por uno de dos candidatos o una coalición que deforman las propuestas ideológicas centrales de los partidos.
La necesidad de nuevas mayorías fabricadas en la negociación política ha sido producto de la fragmentación electoral con la existencia de múltiples partidos, las coaliciones electorales que impiden la probatoria de votos a partidos chicos y la falta de democracia interna en los partidos por la configuración oligárquica (Robert Michels, 1911) de las dirigencias partidistas.
El propio Anaya prueba la tesis de Michels sobre la “ley de hierro de la oligarquía” que padecen los partidos: sus dirigencias derivan en intereses oligárquicos dominantes ajenos a la militancia; por eso Anaya utiliza y manipula su cargo de presidente del PAN para agandallarse la candidatura presidencial de 2018 imitando el modelo de Roberto Madrazo Pintado, que fracturó al PRI y lo llevó al tercer sitio electoral en las presidenciales de 2006.
La segunda vuelta polariza las votaciones entre dos candidaturas y el voto se ejerce para impedir al adversario y no para votar modelos de gobierno.
Luego de que uno de los dos gane las elecciones, vendría el problema mayor: configurar una alianza de gobierno entre muchos, desdibujando ideas y propuestas. El problema es que el derrotado también consolida su fuerza competitiva y entonces las sociedades democráticas quedan trabadas en la polarización ideológica.
El debate artificial por la segunda vuelta quedó liquidado por los tiempos electorales constitucionales, aunque Anaya hubo de haber ganado espacio mediático para su pre-precandidatura por su audaz propuesta de doble ronda de elecciones. El problema fue que Anaya choteó políticamente el tema de la segunda vuelta y quemó posibilidades para un debate posterior.
Política para dummies: La política es el arte de moverse en escenarios irreales como si fueran reales… y que les crean a los políticos.
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