Siguiendo la pauta de los elementos que conforman el pensamiento presidencial y sin la intención de joder a México, los últimos cambios del gabinete se podrían resumir en el hecho de que se impulsará una lucha contra la corrupción –algo que ya hemos escuchado muchas veces– pero ahora sin impunidad.
En principio estos movimientos los considero positivos, ya que será posible tener un fiscal anticorrupción independiente en el país, hasta que se active todo el mecanismo desde la propia Procuraduría General de la República para que sea aprobado en el proceso parlamentario.
Y es que, nunca entrará en función el Sistema Nacional Anticorrupción si las personas que son designadas para esa encomienda no tienen una trayectoria que les permita hacer compatible de manera impositiva la lealtad que le tienen a quien los nombró con la lealtad que deberían tenerle a México.
En ese sentido, que Arely Gómez vaya a la Función Pública y Raúl Cervantes a la PGR, es una buena noticia.
Aunque es verdad que Cervantes quiso ser ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y es verdad que no lo logró por razones políticas y por haber cantado el himno antes de tiempo.
Pero ahora dada su historia, su biografía y su conocimiento espero que pasen dos cosas con él.
Primero, que promueva una mayor racionalización frente a la falla sistémica que representa la impartición de justicia en nuestro país, empezando por los procesos indagatorios.
Y segundo, que sea un procurador capaz de hacer política legislativa –considerando su experiencia– para que la designación del fiscal anticorrupción deje de ser una teoría y se convierta en una realidad.
En cuanto a Arely Gómez, viene de navegar con los peores tiburones, le tocó administrar la verdad histórica después de Murillo Karam y Ayotzinapa, y le tocó bailar con los defectos estructurales de un sistema que carece de credibilidad y de instituciones fuertes en temas tan coyunturales como la investigación y la impartición de justicia.
Ahora en la Secretaría de la Función Pública y en acción conjunta con el próximo fiscal anticorrupción, le tocará devolvernos a los mexicanos un poco de esperanza.
Espero y confío en que Cervantes y Gómez, Gómez y Cervantes, sepan que esto es mucho más que un nombramiento presidencial.
Porque esta es la última oportunidad para que dos dependencias claves generen confianza e ilusión, y demuestren que la mejor manera de servir a quien les ha nombrado –a fin de cuentas los nombramos todos ya que nosotros elegimos al Presidente– es entregándonos un buen trabajo, pero sobre todo una razón para empezar a creer de nuevo.