El lunes 9 de mayo apareció asesinado, de un tiro en la sien izquierda, el dirigente antorchista Christian Ramos Melchor, responsable del Comité Seccional de nuestro Movimiento en el municipio de Atlacomulco, Estado de México, y miembro, además, del Comité Estatal que encabeza el biólogo Jesús Tolentino Román Bojórquez. El cadáver de Christian fue encontrado por la policía a eso de las siete de la mañana gracias a una llamada anónima; se hallaba sentado frente al volante de su vehículo y, aunque el disparo que lo mató tuvo que provenir también de su izquierda, ambas puertas de su camioneta estaban cerradas y con los cristales subidos e intactos. Pareciera que su asesino lo tomó por sorpresa o que se trató de alguien que no despertó en él ninguna sospecha ni ninguna reacción defensiva (un policía uniformado, por ejemplo, o un conocido suyo tal vez).
Sea como sea, lo cierto y seguro es que en este caso no cabe la tan socorrida explicación (tanto que es ya casi un lugar común) que en nuestros días se acostumbra para este tipo de crímenes violentos y brutales: “fue el crimen organizado”. En efecto, diremos de pasada, este temible flagelo que tiene al país sumido en el miedo y en la incertidumbre, se ha convertido, paradójicamente, en una auténtica bendición, tanto para los demás criminales y delincuentes que no pertenecen a un cártel reconocido e identificado, como para la gran mayoría de los cuerpos de seguridad y de los órganos del poder público encargados de investigar y hacer justicia a las víctimas de este tipo de delitos de sangre. Unos y otros, delincuentes y órganos encargados de aplicar la ley, han encontrado en el “crimen organizado” la coartada perfecta para eludir, los primeros, el castigo correspondiente, y los segundos, la responsabilidad de cumplir con su deber de hacer justicia. Basta con decir “fue el crimen organizado”, para que todo el mundo entienda y se dé por satisfecho de que no hay nada qué hacer en el asunto; nada qué investigar ni nadie a quién perseguir y castigar. Fue el crimen organizado y con eso basta; con eso queda el asunto resuelto y el expediente respectivo enviado al archivo muerto.
Pero, como ya decíamos, esta fórmula mágica no es en absoluto aplicable al caso de Christian, simple y llanamente porque no hay manera alguna de involucrarlo con las mafias del narcotráfico ni de hacerlo sospechoso de una venganza de las mismas. La vida de nuestro compañero, como la de todos los dirigentes antorchistas cualquiera que sea su responsabilidad, era una vida limpia y transparente desde todos los puntos de vista, pero en especial desde el punto de vista de las adicciones. En el Movimiento Antorchista Nacional no tienen cabida las personas esclavizadas por algún tipo de vicio, simplemente porque eso pondría en tela de juicio su honradez, su honestidad y desinterés material, su lealtad a los principios y a las causas que defendemos como organización, su congruencia en la defensa de las demandas populares y su puntualidad en el cumplimiento de las tareas que deben llevar a la solución de tales demandas. Christian Ramos Melchor no era un vicioso, no era un adicto, y de eso respondemos nosotros, todos los antorchistas del país. No pudo, pues, ser “ejecutado” por el crimen organizado.
¿Quién y por qué lo asesinó entonces? Eso le toca averiguarlo y demostrarlo a los encargados de la seguridad pública y a los responsables de aplicar la ley en el Estado de México; nosotros nos limitaremos a dibujar el contexto político en medio del cual se produjo el crimen. Tal como se puede comprobar en los medios informativos, el antorchismo mexiquense viene librando, desde hace meses, una lucha tenaz contra la actitud irracional (e ilegal además) de varios presidentes municipales que se niegan en redondo a atender y resolver demandas básicas y elementales de sus gobernados, simplemente porque se trata de gente afiliada a nuestro movimiento cuyo crecimiento y desarrollo pone enfermos a los señores de horca y cuchillo que detentan el poder municipal. Los casos más agudos y agresivos son los de Villa Nicolás Romero, Los Reyes la Paz, Ecatepec y Toluca. En la última y más intensa fase del problema, el Comité Estatal dio una conferencia de prensa en la capital del estado con dos propósitos: informar a la opinión pública sobre la situación y demandar al Gobernador y a su Secretario General de Gobierno su superior intervención para destrabar el conflicto. La conferencia tuvo lugar en las oficinas de Antorcha en Toluca el día 2 de mayo. El miércoles cuatro, y como clara respuesta a la misma, todo el centro de Toluca, y en particular la fachada de nuestras oficinas, apareció cubierto de pintas injuriosas y amenazantes contra de los líderes antorchistas. Destacaba la profusión de calaveras humanas, una de las cuales se colocó en lugar de la llama de la antorcha que es nuestro símbolo, una manera plástica de llamarnos asesinos y de amenazarnos con el mismo trato por parte de los atacantes. En los tres municipios restantes, aunque ya se había venido aplicando la táctica de pintas injuriosas, fue notoria la intensificación y la uniformización con las de Toluca en los últimos días. Es evidente, pues, que hubo una dirección única y centralizada de la ofensiva.