Pareciera que la descomposición social no descansa solamente en la perfidia de nuestros gobernantes, en las perversiones propias de los tiempos que estamos viviendo, o en el desenfreno de las pasiones en todas sus dimensiones. Nuestras dificultades surgen a partir de la falta de orden y de la aplicación estricta de la ley con todas sus consecuencias. Y es ese temor a las consecuencias las que han comenzado a deteriorar nuestra convivencia y a fracturar los equilibrios sociales.
Para muestra un botón: hace cinco años tres mujeres fueron detenidas por efectivos de la Marina en casa de una de ellas en el estado de Tabasco. Como ocurre con muchas ocasiones, fueron violadas, torturadas, vejadas, y después de eso, consignadas. Durante cinco años tuvieron que soportar el encierro y todo lo que ello conlleva, incluidos malos tratos, y esos momentos de oprobio en los que se tiene que satisfacer a carceleros o carceleras para evitar el castigo o la segregación.
La noche del martes fueron declaradas inocentes, pero la pregunta que muchos nos hacemos y que quizá quienes tuvieron el valor de enviarlas al encierro es: ¿y quién les resarcirá el tiempo de su vida que permanecieron encerradas? Y ¿quien les reparará ese daño por los malos tratos?, ¿o la inmensa soledad del encierro, los golpes, las humillaciones, y las violaciones físicas y psicológicas que enfrentaron un día sí y otro también?. Para decirlo de otra forma, quien o quienes fueron los responsables de tamaña atrocidad.
Porque aquellos que las aprehendieron y las consignaron se fueron satisfechos a sus casas a gozar de la libertad con sus familiares a sabiendas de que habían cometido el deleznable crimen de inculpar a tres inocentes y condenarlas al olvido social durante mil ochocientos veinticinco días, cuarenta y tres mil ochocientas horas, y dos millones seiscientos veintiocho mil minutos. Se dice fácil, pero para quien lo padece es el infierno porque en México no existen instalaciones penitenciarias que otorguen al menos un poco de dignidad a esos detenidos e inculpados que reciben tratos denigrantes que los hacen vivir el infierno en vida.
Los hombres y las mujeres de este país no solamente están a merced de los delincuentes porque también lo están de nuestros malos gobernantes, de policías impreparados que para cumplir con la cuota de su presunta efectividad fabrican cargos sin pensar que ellos también tienen familiares que pudieran ser tratados de la misma forma. No sé cómo un sujeto puede irse a dormir con su familia después de violar, de encerrar inocentes, de torturar, o de matar en vida.
Muchos dirán que es el sistema, pero ese sistema está manipulado por la perversión de los hombres y las mujeres que manejan el poder. Por gobernantes que roban lo que más pueden y que permiten que otros hagan lo mismo para seguir hundiendo más a este pueblo en su infinita pobreza, esa pobreza que no es otra cosa que el producto de la indignidad de quienes dicen gobernar y velar por el bien común. Ayer me escribió alguien que simplemente me dijo: México se está pudriendo, y lo están pudriendo quienes debieran poner el ejemplo para que logremos ser mejores. Pobre país. Al tiempo.