Más allá del juego de poder de los grupos de los establishment liberal o conservador, el voto en favor de Trump vino de la individualización sumada del resentimiento: los afectados por la crisis, los que perdieron su bienestar, los que trabajan sabiendo que no habrá jubilación de bienestar, esos ciudadanos pobres que vieron a la casta política beneficiándose del presupuesto.
Por primera vez los ciudadanos enojados con su pobreza producto de políticas equivocadas de gobierno salieron a votar en contra del gobierno que representaba la continuidad, independientemente de que fuera una mujer –Hillary Clinton– y representara la extensión de un presidente de la minoría racial –Barack Obama–; los valores fueron sustituidos por las necesidades insatisfechas.
Ahí, en ese universo minúsculo, se localizó el repudio social al establishment de la clase gobernante. Y fue también un reclamo electoral contra el Obama que salió de la minoría afroamericana pero para servir a los intereses de las corporaciones de Wall Street; durante los ocho años de Obama en la Casa Blanca el ciudadano medio y bajo vio agotarse la fórmula mágica del Estado de bienestar construido en el new deal de los treinta: el trabajo para un retiro con jubilación generosa.
Los candidatos recibieron indicios claros del estado de ánimo de la sociedad; del lado demócrata, el entusiasmo que despertó el veterano Bernie Sanders entre los jóvenes atraídos por su propuesta de “socialismo democrático” y su crítica consistente a Wall Street, pero leído tramposamente por Hillary cuando asumió esas banderas y quedó atrapada en las redes de las corporaciones de Wall Street que financiaron su Fundación. De ahí que Hillary haya perdido votos no por la investigación del FBI sobre la corrupción revelada en los correos electrónicos, sino por sus complicidades con los ricos.
El discurso anti-establishment de Trump se convirtió en la salida del voto de reclamo contra la corrupción de la burocracia gubernamental.
Desde su irrupción amparado en un discurso populista –es decir: de contenido popular, asistencialista– López Obrador ha buscado el apoyo electoral de los ciudadanos hartos de la corrupción de los funcionarios.
Este discurso populista tiene mucho de religioso, sobre todo de la ética protestante estadounidense, y no hay que olvidar que el protestantismo no sólo es mayoritario en EU, sino que es la esencia de las relaciones sociales tanto en lo horizontal como en lo vertical. En México el catolicismo mayoritario es más español; es decir, sumiso, monárquico, privilegiando la dependencia de los reyes como representantes de Dios en la tierra.
Ante el fracaso de los gobernantes desde la crisis de 1995, el voto popular no controlado, no partidista, no sometido a las reglas del juego, ha estado a la espera del momento de la ruptura; el voto por el PAN en el 2000 fue contra la corrupción y ésta se potenció, en el 2006 fue contra el populismo como un peligro y el saldo de gobierno fue de decenas de miles de muertos, y en el 2012 derivó en el caso Javier Duarte como el símbolo de la apropiación política priista de la riqueza pública.
Lo que falta por ver es si el discurso moral de López Obrador estaría en el escenario social del resentimiento trumpista o al final prevalecerá, como en elecciones anteriores, el temor al populismo. Pero López Obrador podría ser, en el escenario del resentimiento contra la corrupción, el Trump mexicano.
Política para dummies: La política es la habilidad para interpretar los sentimientos y no sólo las necesidades de la gente.