Cuenta Keith Richards, el icónico guitarrista de la icónica banda The Rolling Stones, que uno de sus máximos ídolos e influencias en su vida fue siempre el músico estadounidense Chuck Berry. Era tal su admiración por el creador de “Johnny B. Goode” y “Roll over Beethoven”, que en 1987 decidió producir Hail! Hail! Rock and Roll, un conciertodocumental en homenaje a Berry, al que invitó a muchos de sus amigos rockeros.
El gran momento del documental transcurre durante los preparativos. Keith y Chuck ensayan “Oh Carol”, uno de los clásicos de Berry que los Stones incluyeron en su repertorio desde los años 60. Keith ejecuta el punteo de guitarra que ha hecho millones de veces con total confianza. Pero Berry le toca el hombro, le obliga a parar y le dice: “No, no, así no es. ¿Quieres hacerlo bien?”. Richards no da crédito. Lo hace a la perfección, pero su creador le dice frente a todo el mundo que lo ejecuta muy mal.
Lo anterior se relata con lujo de detalles en el libro autobiográfico Vida —que circula en inglés desde 2010, pero cuya primera edición en español acaba de aparecer en librerías de América Latina y España, en una versión corregida y revisada—, donde Richards, sin pelos en la lengua, hace una honesta y descarnada revisión de lo que ha sido su carrera y su vida más allá de los reflectores En otro momento del libro, Keith Richards revela que no conforme con evidenciarlo públicamente, en otra ocasión su ídolo le dio un puñetazo. “Fue después de un concierto de Chuck. Entré en su camerino y vi allí su guitarra, metida en una caja. Y me dije: ‘Venga, Keith, dale sólo un toque a esa guitarra’. Y lo hice. Entonces llegó Chuck y me dijo: ‘Nadie toca mi guitarra’. Y me dio un puñetazo en la cara. Tal vez lo merecía”.
El libro Vida fue escrito por Richards con la ayuda del periodista James Fox y es el resultado de cinco años de entrevistas en las que el veterano miembro de los Rolling Stones lo mismo nos habla de la influencia de su madre y la muerte de su hijo, que profundiza en su carrera junto a Sus Satánicas Majestades y el papel que las drogas han jugado a lo largo de sus 75 años.
A través de 500 páginas distribuidas en 13 capítulos, Richards desgrana los episodios que han forjado su existencia, sin seguir un orden cronológico. De ser un chico que recibía palizas en el colegio, pasó a formar parte del coro y luego le tocó pasar la etapa de adolescente rebelde y conflictivo.
Le debe a su abuelo Gus su amor por la música y su madre se encargó de que tuviera una buena formación artística escuchando discos de Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan o Louis Armstrong. Habla del poder del blues en la Inglaterra de posguerra. Cuando apareció Elvis, todo cambió. Quería formar parte de ello y se fue de casa a los 17 años sin el apoyo del padre. De sus adicciones y sus múltiples intentos por dejarlas, recuerda que buena parte de su vida ha girado en torno a la heroína. “Cuando no hay heroína te toca bajar al infierno, sabiendo que va a ser una puta piscina llena de pirañas”.